viernes, 3 de mayo de 2013

NO ESTA PROHIBIDO SOÑAR.





NO ESTA PROHIBIDO SOÑAR.


 

 

 

 

 

                           

 

 

Creo que si miráramos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas.
Flaubert.


NO ESTA PROHIBIDO SOÑAR.




                               CAPITULO I.

Un pueblo como muchos.

Este era el pueblo natal de Camila y su Padrino Juan. Era un pueblo común y corriente, de esos que abundan en el país. Pequeño pero muy bonito. De agradable clima; pues se había desarrollado en  las faldas de una montaña y a un costado de un río, que en épocas de invierno adquiría un gran torrente y que daba frescura a toda la zona, salvo en los veranos  muy intensos en los cuales se secaba, pero ello ocurría muy raras veces porque casi siempre conservaba una corriente de agua abundante.
En un principio, eran sus gentes de costumbres muy severas, no en vano desde su fundación, los frailes habían puesto todo su empeño en inculcar en sus pobladores las virtudes cristianas; como decía el Padre Francisco, el cura del pueblo. Pero con el tiempo esto se había modificado un poco, dado que fueron asentándose en él familias venidas de otras regiones, quienes, paulatinamente, fueron suavizando esa rigidez. Además, como en todos nuestros pueblos, las creencias religiosas se mezclaban con la superstición y la brujería. Así, la superchería estaba presente en las historias que corrían en boca de sus pobladores, quienes, para curarse en salud, aparentaban que eran cosas de los desocupados y malintencionados.
Era una tradición que apenas llegaba un forastero, con la intención de radicarse en el pueblo, y tan pronto como se regaba la noticia,  se le ponía en antecedentes de las cosas raras que en él sucedían. Estaba claro, para todo buen observador, que allí pretendían atemorizar a los extraños, que éstos no eran muy queridos  y que  debían ser muy cautelosos para poder tener la aceptación de los habitantes del lugar. Había algo que hacía suponer que no querían fisgones, ni ser escudriñados por extraños.
La primera historia que oía todo recién llegado, hacía referencia a una señora que tenía poco tiempo de radicada en el pueblo, y que se dedicaba a lavar la  ropa de las familias; “lavar pa’ fuera”, como se decía allí.  Contaban los pobladores que la señora,  curiosa por naturaleza, se aprovechaba de su oficio para andar de entrometida, intrigando y preguntando todo sobre las familias que le encargaban sus ropas. Pues bien, un día en que la señora estaba lavando a las orillas del río, muy cerca de donde vivía y del puentecito que lo cruzaba, oyó unos gritos lejanos que venían de más arriba; de allí donde el río hacía una curva en la zona más montañosa. Ella se quedó escuchando un rato, pero como no oyó más nada, siguió lavando. Entonces, comenzó una alharaca de pericos y guacharacas que alborotó a los animales del monte y volaron, en una nube inmensa, toda clase de pájaros. De  seguida escuchó de nuevo los gritos, pero ésta vez, más fuertes y como de muchas personas y, cuando iba a correr hacia allá, sintió un ruido muy fuerte, como un tremendo ronquido que venia bajando de la montaña y a los pocos segundos sintió que el suelo se movía, temblaba. ¡Estaba temblando!. Entonces, comenzó a correr entre arboles que caían y animales que huían, pero por más que corría y corría no llegaba al sitio de donde venían los gritos, ni veía a nadie. Entonces, cansada y casi sin respiración cayó de rodillas dentro del río y, en ese momento, una tromba de agua y vapor que venía de la montaña la arrastró y se la llevó como en un torbellino. Nunca más se supo de ella. Pero, los narradores aseguraban que por maluca se la había llevado el “Taita del Río”, quien vivía en lo más alto de la montaña, donde nace el río, y cuidaba que nadie le hiciera daño a su  pueblo.                                               
A Camila siempre le había gustado su pueblo, con su plaza, tan bonita; la Plaza Bolívar, rodeada de calles empedradas y de las casas más grandes y antiguas; con sus tapias de colores alegres y sus portones que dejaban ver sus corredores y patios internos. Con su iglesia, en la esquina norte, construida por los frailes en los primeros años del pueblo, y que en un principio fue su convento. De ellos el pueblo había heredado su nombre: “Frailejero”
Ahora, el pueblo había crecido gracias al desarrollo de la agricultura y la ganadería. Nuevas familias, a pesar de las consejas, se habían establecido allí. Atraídas por la posibilidad de una mejor vida y se habían integrado poco a poco, adoptando sus costumbres  y tradiciones. Entre las cosas que el tiempo y el desarrollo trajeron al pueblo estaban la electricidad, los comercios, el acueducto, las posadas, el liceo, el dispensario médico y el cine que hacía también teatro. En fin, el pueblo se había transformado en una pequeña ciudad. La que fue la panadería de Felipe, viejo amigo de la familia y enamorado de su Tía Emilia, desde siempre, ahora era la Panadería y Pastelería “Don Felipe”, la barbería era, además, salón de belleza y la casita donde su Padrino remendaba zapatos era la “Zapatería Familiar”. Había nuevos barrios y habían construido un paseo a las orillas del río.






 CAPITULO II.

La Familia y sus enredos.


Camila estaba feliz, había logrado su sueño. Ahora tenia 23 años y graduada de Periodista, regresaba a su pueblo, ya no de vacaciones,  con la ilusión,  si la suerte la favorecía,  de crear un pequeño periódico, o  por lo menos, de  trabajar en algo parecido.       
Según, le contaba su Abuela, la familia era oriunda de otra población, de la que se habían mudado  buscando  mejores oportunidades. Los únicos que sí eran de Frailejero,  eran Camila y su Padrino Juan, quien era hermano de su Abuelo y por quien se vinieron a vivir allí, cuando quedaron solas, luego de la muerte del Abuelo.
Ella, la Abuela, había decidido la mudanza cuando Consuelo, su hija mayor y Mamá de Camila, estaba embarazada y Emilia la menor tenía 10 años.
Desde el principio vivieron solas en la casa, situada en una calle lateral a la plaza, que el Padrino les había comprado con los realitos que les dejo el Abuelo. Allí, creció Camila y  desde chiquita  ayudaba a su Abuela, después de cumplir con sus deberes escolares, en la pequeña tienda de mercería y costura, que ésta había establecido en la parte delantera de la casa, y en la venta de los dulces y granjería criolla que preparaba Emilia.              
Con el tiempo fueron arreglando la casa y la tienda.  Y luego de la muerte de Consuelo, se mudó con ellas el Padrino, quien por su padecimiento no debía vivir solo. Según la opinión de la Abuela, era muy peligroso que estuviera sin los cuidados necesarios para su recuperación.
Desde que murió su Mamá, cuando apenas tenía siete años, Camila no había pasado muchas dificultades, porque su Abuela había hecho lo posible por darle una vida sin muchos sobresaltos. Ella, su Tía Emilia y su Padrino Juan eran su única familia, por lo menos, la que ella conocía. Desde pequeña quiso saber de su Papá, pero siempre le dijeron que cuando creciera sabría sobre él.
Y había crecido, había madurado, no sólo por la edad sino por los estudios y la experiencia de la vida en la ciudad. Ya no era la niña tonta que se entristecía por los comentarios que hacían en el pueblo sobre su nacimiento y la ausencia de su Papá. Su  actitud había cambiado, ya no se sentía menospreciada por  las sandeces de las familias encopetadas del pueblo y además, cosa que la había ayudado mucho; los nuevos vecinos no eran tan severos.      
Su carácter ponderado y ecuánime le había permitido sobrellevar y esperar, pacientemente, por la aclaratoria de esa situación, a la que, tal vez, le estaba llegando el tiempo de su explicación. Sin embargo ese algo misterioso en sus orígenes había marcado su vida. Siempre estuvo clara en sus   objetivos, pero había algo que se le esfumaba, como sí en el futuro no pudiera verse ni sentirse.     
Camila fue muy buena estudiante, según, lo confirmaban las Lozada, primas acomodadas de la Abuela, y en cuya casa se alojó desde que fue a la ciudad para terminar el Bachillerato y estudiar en la Universidad. Le gustaba mucho leer, era de ideas revolucionarias y muy independiente, cosa que horrorizaba a la Abuela; quien pensaba que se le parecía bastante  y que por esa forma de ser iba a sufrir mucho. Era muy alegre, a pesar de su carácter, disfrutaba de las cosas sencillas y había en ella algo así como un gesto placido ante la vida, que disfrazaba muy bien su tenacidad y entereza. Físicamente era delgada, de estatura mediana, de piel más bien clara, de ojos y pelo negro y  de fisonomía graciosa, que recordaba un poco a su Mamá.      
La Abuela fue siempre el motor de la familia, era su fuente de estímulo y superación; una mujer hermosa, de viva inteligencia; llena de intuición, amante de la lectura, dinámica ama de casa y diligente negociante. Era de estatura pequeña, pero de gran espíritu y coraje. Su empuje era tal que no le importó separarse, primero de su hija Consuelo y luego de su única nieta, Camila, para que estas fueran a estudiar a la ciudad, ni de su menor hija, Emilia, quien hizo de acompañante de su sobrina, por un tiempo. La Abuela                       era de carácter algo  fuerte, pero muy comprensiva y solidaria; como ella decía “a la familia con razón o sin ella”. Sus ideas liberales, avivadas por sus lecturas y contrarias a toda opresión política, le venían desde los tiempos de Gómez, cuando, era pequeña y su familia fue despojada de sus tierras y con dolor, y esa rabia que da la  impotencia, tuvieron que dejarlo todo. Luego, cuando ya joven y casada, esas ideas fueron compartidas con su esposo, quien también había sufrido por el yugo de Juan Vicente Gómez; como la mayoría del pueblo venezolano. Ella era de Yaracuy y siempre recordaba como de la casa del gobernador del Estado, en San Felipe el Fuerte, salían las comitivas, para Maracay, cargadas  con los  frutos y pertenencias de las familias que por una razón u otra eran desposeídas de sus bienes.                                     
Su ideología y la conducta recta que marcaron su vida, estaban aliñadas por su proverbial intuición. La que le   permitía conocer en seguida   a  las personas; su forma de  pensar o  la intención oculta en sus palabras. Era como si pudiera conocer verdades en forma inmediata o  presagiar situaciones; decía, con cierto temor, Emilia.
Para Emilia, quien era muy diferente; de carácter apacible, soñadora, sentimental, muy generosa y abnegada, era muy difícil comprender del todo a la Abuela. Tanto era así, que a veces, la Abuela la reprendía diciéndole que vivía en una nube alejada de la realidad. Pero ella le respondía que a la verdad no sólo se llegaba por la intuición; que había que usar también la razón y que aunque ella no tenía mucha intuición si usaba muy bien su razonamiento. A lo que la Abuela la miraba con cierta condescendencia y con una  sonrísita socarrona, se decía a sí misma; tan mansa no es. Es bueno que sepa defenderse, me gusta cuando muestra ese genio y de seguida se alejaba muy complacida.
Emilia había estudiado contabilidad, cuando fue de acompañante de Camila a la capital, mientras esta terminaba su Bachillerato, por eso era la encargada de las cuentas de la familia, pero en realidad lo que a ella le gustaba era la cocina. Como todos los antiguos residentes del pueblo, Emilia era muy creyente, por eso recordaba muy bien que a Consuelo no le gustaba mucho ir a misa, cosa que ocultaba a su sobrina, cuando ésta le preguntaba por su Mamá, según ella, para que no se sintiera apoyada en su rebeldía. Lo que sí le contaba era que había sido una mujer bonita, talentosa;  muy aguda y graciosa, de respuestas rápidas y acertadas. Que se había  casado muy enamorada, con un amor puro y apasionado, tal como se esperaba de ella; por su manera de ser tan vivaz y entusiasta. Y así, cada vez que Camila la interrogaba,  ella le contaba todo, o casi todo lo que ella recordaba de Consuelo. Pero, cuando le preguntaba por su Papá, lo único que podía decirle era que no había llegado a conocerlo, porque cuando ellos se casaron, al poco tiempo de noviazgo, Consuelo estudiaba en la capital y  la Abuela estaba un poco enferma por lo que no pudieron ir. De todas formas ella era muy pequeña para recordarlo todo, le  aclaraba. Entonces, continuaba; antes de que ellas pudieran viajar, regreso Consuelo, ya embarazada de dos meses y les dijo que su esposo vendría, cuando le dieran licencia en el ejército. Después, pasó el tiempo, se mudaron a Frailejero y él no apareció, pero Consuelo recibía, de vez en cuando, sus cartas, las que nunca le mostró. Lo que sí  llego a ver fue una fotografía en que aparecían los dos y en ella se veían muy enamorados. Según esa foto su Padre era mucho más alto que Consuelo, delgado pero fuerte, con un bigote a lo Jorge Negrete y de ojos grandes, que en la foto se veían como claros. El que si lo había conocido era su Padrino, quien si estuvo en la boda y acompañó a Consuelo cuando regresó al pueblo.                           
Pero, cuando ambas le preguntaban al Padrino, él les decía que eran cosas muy tristes, de las que mejor era no hablar. Cosa nada rara en él que era hombre de pocas palabras. Lo único que sí les decía era que se llamaba Miguel Camilo y que Camila no llevaba su apellido porque su Padre se había quedado con los papeles del matrimonio y como nunca llegó, la presentaron con el apellido de su Mamá.
Por mucho tiempo esto fue lo único que supo Camila de su Padre. De todas formas ella como toda niña, no daba gran importancia al asunto, pero ya más grande su Abuela la había convencido de que llegaría la hora en que la vida la haría conocer todos los detalles sobre sus padres. Y la vida lo dispuso en el momento más imprevisto.



















CAPITULO III.

Las noticias.


Días después de la llegada de Camila a Frailejero y para celebrar su graduación, la Abuela y Emilia organizaron una reunión a la que fueron invitados los amigos, los  vecinos más allegados, y los compañeros de Camila en la Universidad; quienes vendrían de la capital.
Emilia, quien tenía fama de buena cocinera, preparó los entremeses y para la comida varias de las recetas que más le elogiaban: Asado Negro Criollo, Repollo Gratinado, Arroz Verde, Bollos Pelones, Ensalada de Aguacate, Buñuelos de Yuca, y Torta de Plátano,  y para los postres Torta Melosa, la que más le gustaba hacer por ser, según ella, la   preferida del Libertador, Manjar de Naranja y Quesillo.
Cuando estaba más atareada, Flor, su amiga, quien vivía en la casa de al lado, se vino  a echarle una manito, atravesando la empalizada, como era su costumbre, cuando Emilia estaba en la cocina.
La cocina de la casa quedaba al fondo y daba al corral, donde la Abuela criaba sus gallinas, cochinos y los gansos que habían sustituido a Bravo, su perro, que la había mordido, dejándole una marca en la pierna y que había muerto de viejo en año anterior. 
El fogón lo prendía la Abuela muy temprano en la mañana, para prepararse su guarapo, el te mañanero del Padrino, el cafecito para los demás  y el desayuno. El fogón  permanecía encendido todo el día, para que Emilia preparara el resto de las comidas.                     
Del arreglo de la casa se ocuparon Camila y Finita, su compañera de travesuras que vivía al frente, casi llegando a la esquina. En cuya casa funcionaba la barbería, a la que ella había agregado el salón de belleza, y donde trabajaba, desde que hizo el curso de peluquería, con sus padres.
La Abuela junto a Juanita, la muchacha que la ayudaba en las labores hogareñas, se dedicaron al arreglo de la ropa que usaría la familia en la reunión. Juanita lavaba y planchaba con gran destreza, pero en la cocina no era muy buena, por eso su novio, Tomas, le insistía en que aprendiera con la señorita Emilia, que aprovechara bien el tiempo que pasaba con ella en la cocina; porque eso de andar bien limpio y planchado era de gente decente, pero como decía su jefe Don Felipe; amor con hambre no dura.
Camila decidió que la comida se sirviera en el corredor de atrás, porque era más fresco y el lugar más adecuado para recibir a tantas personas. Por eso le pidió a Tomas, que la ayudara a armar y colocar el mesón hacia donde daban  de las matas de aguacate.
Cuando estaban en estos preparativos,  la Abuela se enteró, por boca de Don Eduardo, quien llegó acompañado por su hijo Gustavo; el novio de Finita,   y de un amigo de éste, Alfonso, que estaba de vacaciones en el pueblo; de la muerte de un ex militar, quien había sido herido en Pariaguán, cuando acompañaba a un dirigente político, asesinado el 11 de junio, en la curva del Jobo, cerca de San Juan de los Morros. La muerte del dirigente había sido reseñada en la prensa en un comunicado oficial de la Policía Nacional, como producto del rechazo de una “agresión a un vehículo oficial”. Pero de la muerte del ex militar no se publicó nada, sólo se había sabido ahora, por contactos políticos, que había sido trasladado a una población cerca de San Sebastían, donde, tiempo después, falleció a causa de las heridas recibidas.
Con una noticia como ésta, el ánimo de la Abuela decayó, a tal punto, que pensó en suspender la fiesta. Pero, después de hablar a solas con Don Eduardo,  desistió de ello y dejó que se continuara con todo, porque, según él, la noticia se había corrido como reguero de pólvora y no era conveniente ponerse a dar  explicaciones y exponerse a suspicacias.
De la conversación, sacó en claro, aunque él no lo dijo abiertamente, que Alfonso era un activista de la resistencia contra la dictadura.
Ella que siempre se había cuidado mucho de que llegará  a comprobarse su apoyo a los rebeldes, cosa que hacían, discretamente, muchas de las familias más antiguas del pueblo; recordó   lo sucedido cuando se supo de la muerte de un dirigente, acaecida el 21 de mayo de ese mismo año, cuando movida por la ira, cometió un descuido que generó habladurías de parte de esa gente, que aunque ahora eran vecinos de Frailejero no eran de fiar. Lo  que la mortificó mucho, porque siempre trató de asegurarse de que sólo los comprometidos supieran de sus actividades, que por lo demás sólo se limitaban a proporcionar comida y amparo a los perseguidos. No era bueno para la seguridad de la familia que las autoridades del pueblo se enteraran de esas cosas.
La reunión transcurrió como se había planeado, todo quedó muy bonito y dentro de un ambiente muy agradable, los invitados se retiraron complacidos con las atenciones recibidas y la Abuela disimuló en todo momento su tristeza. Cuando todos se hubieron retirado la Abuela le llevó su acostumbrado técito al Padrino y Camila la ayudó a acostarse. Más tarde,  ya en la cocina, se sentaron Emilia, Flor, Finita y ella para tomar el último traguito de ponche, después de haber dejado todo en orden. Conversaron sobre lo ocurrido en la reunión; de la simpatía de los compañeros invitados de la capital, y sobre todo del buen mozo de Alfonso, quien, según Flor,  había quedado prendado de Camila, porque durante toda la noche no le había quitado los ojos de encima y aunque no era muy bueno  bailando,  no dejó pieza en que no la convidara.
Camila se sintió como descubierta, porque a ella también le había gustado el joven, desde que  lo conoció esa tarde,  antes de la fiesta. Pero no se dio por aludida y prefirió hacerse la loca y cambiar el tema de la  conversación  por algo que la intrigaba; la preocupación de la Abuela. Qué le había dicho Don Eduardo, por qué había quedado tan afectada. Por más que hubiera disimulado, ellas que la conocían tenían que saber  que algo la había molestado.
Emilia, que se había quedado pensativa, intervino para decirle que tuviera mucho cuidado con esos jóvenes de la ciudad, que pudieran estar metidos en problemas políticos, cosa que causaba grandes penas a sus familiares y  amigos,  y  ni que decir a las novias.
Camila quedó sorprendida  y le dijo; no te entiendo Tía, qué tiene que ver Alfonso con política. Qué es lo que tú sabes, además,  qué es eso de novia.
- Bueno,  es que yo me estoy oliendo algo raro, porque de eso, de las penas, yo sé mucho. Pero no me hagas caso, seguramente son tonterías mías. Además ya es muy  tarde, mejor nos vamos a dormir que mañana hay mucho que hacer. Entonces, a pesar de las protestas de Camila, se despidió dejándolas con la  intriga.
Al día siguiente Emilia evitó hablar a solas con Camila. Pero, ésta que había notado la inquietud de su Abuela, sus conversaciones sigilosas con Emilia y, sobre todo, la visita imprevista de Alfonso; para conocer mejor a la Abuela, antes de marcharse a la ciudad. No perdió la oportunidad de abordarlas,  cuando después de la misa de 11, a la que no faltaba la Abuela y a la que su Tía la acompañaba, se sentaron en el corredor a refrescarse un poco y a tomar el jugo de parchita, que les preparaba el Padrino, quien por no ir a misa y para que la Abuela descansara un poco, se encargaba del desayuno de los domingos. En esos días se atrasaba un poco el almuerzo, porque Emilia sólo se acercaba a la cocina después de la charla que solían mantener los tres, para comentar los últimos sucesos del pueblo. Entonces, Camila sentándose, en el mecedor al lado del Padrino y frente al sofá que ocupaban su Tía y la Abuela, les dijo: aquí se está muy bien, Abuela, tus plantas están lindas, las matas del corral frondosas,  no provoca alejarse de este corredor, pero, Abuela,  eso es más que sabido, por qué no cambiamos de tema y me dicen qué está pasando aquí. No creen que ya estoy bastante grandecita, como para que me excluyan de los problemas. Yo sé que algo pasó el día de la fiesta, desde entonces, Emilia me ha evitado y antes  hizo un comentario muy raro. Tú, Abuela, has tenido conversaciones extrañas con ese Alfonso y el Padrino está más callado que nunca. No me lo pueden negar, díganme por Dios que está pasando.
La Abuela la miró no con sorpresa porque sabía que su nieta no era tonta, pero sí con cierta indecisión. Así que le contó lo de la muerte del ex militar y agregó: tengo que verificar la identidad de la persona muerta, para poder aclararte todo ese asunto. Y continuó; lo único que puedo agregar, sin faltar a la verdad, es que desde que se casó tu Mamá he estado vinculada a un grupo de oposición a la dictadura, que trabaja desde aquí, desde Frailejero y que nuestros dirigentes han mantenido en secreto, para no perjudicar a las familias y por lo cual hemos sido muy recelosos con los nuevos vecinos del pueblo. Tu Padrino es participe de todo, pero a Emilia sólo la hemos dejado saber ciertas cosas. Ella no tiene idea de quienes conforman el grupo,  ni de como actuamos, sólo nos ha ayudado en pequeñas tareas. Bueno, hija, esa persona que murió, puede haber sido una del grupo. De todas formas te prometo que cuando esté  segura de lo ocurrido, te contaré todo, con pelos y señales. Y siendo así la situación, les pido discreción con este asunto, que es muy delicado, y a ti Emilia, perdón por todo lo que te he ocultado, mi única excusa es que lo hice por tú bien.
Emilia la miró, y sonrió, haciendo un gesto entre comprensivo y cómplice, pero no dijo nada.
Camila, que se había quedado pensando le dijo; eso de tu ayuda a la resistencia ya lo suponía, es más, creo que todos en esta casa lo presumían y hemos ayudado a la calladita sin que tú misma lo notaras, además, la otra noche Emilia dijo algo que me pareció como una evidencia. Pero está bien, esperaré a que me lo digas todo, cuando lo creas conveniente. Sin embargo, Abuela, no esperes mucho, porque, como vez estoy atando cabos.
- No, hija;  no se ponga de preguntona por hay, mire que puede complicar las cosas. No, Abuela, le dijo Camila, yo sólo oigo, ato y callo. Pero, de todas formas aquí hay algo más que ese asunto, porque te he visto cuchichando con Emilia, y eso debe ser algo que ella si conoce,  y muy bien.
Emilia no escuchó las últimas frases, porque se había distraído pensando en sus amores no resueltos por todas las cosas que habían pasado; la muerte de Consuelo, la enfermedad de la Abuela, por el dolor de perderla, las complicaciones económicas de la Abuela y de Felipe y todo aquello que había significado que ella, casi sin darse cuenta, fuera posponiendo su matrimonio.
Camila, viendo que Emilia estaba como ausente, le preguntó sí ella tenía algo que agregar y Emilia, como saliendo de su nube, esa que le atribuía la Abuela, sólo le dijo; pienso que tu Abuela tiene razón, todo se hará a su tiempo.
De repente, sintieron un alboroto que venía de la calle, era como un estrépito de carreras y voces que gritaban; “¡corre, corre, muchacho, corre..!” De golpe cesó, casi por completo, el escándalo y se oyó otra voz que decía; “Vagabundos. Sinvergüenzas. Los voy a enseña a sé hombres de verdá, van a aprendé a respetá la autorida.”
Todos corrieron al zaguán para ver que sucedía, pero sólo llegaron a ver como dos policías se llevaban, a rastras, a dos muchachos, que por sus ropas se veía que eran de los barrios más pobres. Y cuando ya estaban a media cuadra, uno de los jóvenes se soltó y emprendió veloz carrera, gritando; “la recluta, la recluta.” Pero, el policía que lo siguió, lo alcanzó y dándole  con el rolo se lo llevó. Lo esposaron  con el otro muchacho y golpeándolos se los llevaron hacia la prefectura. Cuando se perdieron de vista, una vecina les dijo que en la cuadra detrás de la prefectura estaba la jaula donde se los llevarían, junto a los otros que ya habían agarrado en los poblados cercanos.
Todos quedaron apesadumbrados, suponiendo que ni sus padres, ni sus amigos sabrían de ellos, sólo se enterarían de lo sucedido por los vecinos, y después de mucho averiguar lograrían saber en que cuartel los tenían sirviendo.
De regreso al corredor, la Abuela dijo; sólo con suerte saldrán bien del cuartel, allí la cosa no es jugando. El aprendizaje militar es muy duro y sí lo sacamos por la forma brutal de la recluta a la fuerza, se podrán imaginar cómo es eso de servir en el ejército.
En eso llegó Pedro, hermano menor de Don Eduardo y amigo del Padrino, quien regresaba de la capital, donde había ido a realizar unas diligencias para la apertura de la Botica, que estaba instalando al lado del dispensario. De inmediato comentaron lo sucedido y éste les dijo; yo creo que el servicio debería ser voluntario, porque a los que no les gusta el ejército, salen de allí sin ninguna preparación que les permita ganarse la vida. Así y todo, en épocas anteriores era peor, porque a los reclutados en los barrios, se les enfundaba una guerrera inmunda y una gorra de soldado, y con el pico al hombro los llevaban a trabajar en las carreteras, por eso cuando se rumoreaba; “están recogiendo gente para el ejército”, los padres y hermanos de esos humildes muchachos, sabían que su ausencia era el  equivalente a un dramático destino. Pero, la cosa era distinta si el muchacho era disciplinado y se portaba bien, porque lo mandaban al cuartel, donde le ponían  el uniforme y después de un fuerte entrenamiento, estaba listo para disparar a cualquiera que se opusiera al régimen, o lo mandaban junto a los millares que custodiaban la gran hacienda del dictador.                         
Todos estaban callados, impresionados por el relato. En eso la Abuela dijo; a sí es,  esas cosas ocurrían, pero, lo peor es que los pueblos las soporten; porque a mi parecer no hemos mejorado mucho que digamos.                   
Entonces, intervino el Padrino diciendo; yo creo que, esos muchachos, que se acaban de llevar, no eran de aquí, seguramente, los venían siguiendo de algún poblado cercano.
Por qué dice eso Padrino, lo interrumpió Camila.
Bueno, hija. Lo digo por un solo detalle. Tú no recuerdas, que cuando eras pequeña,  y se formaban aquellos zaperocos. Aquellos alborotos de muchachos y gente que gritaba; ¡el diablo, el diablo!. Pues bien, se referían a los torbellinos de aire caliente, que se forman en épocas muy calurosas, como en Semana Santa, y que arrastran polvo, animales pequeños, arbustos, papeles, latas y todo lo que encuentran a su paso; hasta niños o adultos, cuando son muy fuertes. Bueno, cuenta la gente, que un día en que unos zagaletones estaban jugando metras en los esteros, que deja el río cuando está casi seco, vino un torbellino y los arrastró un buen trecho, dejándolos muy golpeados y asustados y, al rato, cuando fueron a ver sí encontraban sus metras y las latas donde las guardaban, se dieron cuenta de que faltaba uno de ellos. Así las cosas, lo buscaron largo rato, pero, al no encontrarlo, avisaron a su Mamá, quien luego de mucho buscar decidió ir a la prefectura, a notificar la desaparición de su hijo. Allí le prometieron que harían lo posible por dar con su paradero. Pero, cuando iba de regreso para su casa, una vecina que venía, toda llorosa, le dijo que la recluta se había llevado a su muchacho, que nadie en el pueblo sabia que esa gente andaba por ahí, por eso los muchachos estaban desprevenidos, y que guardara al suyo, para que no corriera la misma suerte. Al oír esto la pobre mujer comenzó a dar alaridos y a insultar a los de la  prefectura que la habían engañado. Por eso el pueblo tomo la costumbre de llamar a la recluta; “el diablo” y desde entonces los muchachos de aquí no gritan; “la recluta” sino “el diablo, el diablo”.
Luego de un rato de silencio, Pedro,  queriendo animarlos un poco, les dijo que todo estaba listo para que en menos de un mes pudieran contar con la Botica y que los esperaba el día de la inauguración.
Pero, la Abuela, que estaba muy apesadumbrada, le preguntó; qué noticias traes de la ciudad, porque yo sé que la cosa no está muy buena.
Pedro, la miró y con gesto afligido, y les dijo; bueno, yo no quería seguir hablando de cosas tristes. Pero, en la capital todo está en “orden”, según el gobierno, sin embargo, la gente está muy atemorizada por la situación política que estamos viviendo. Son muchos los presos y los torturados en campos de concentración. Y los que han podido escapar están desterrados o son perseguidos. La represión es bestial; las cárceles están abarrotadas, las Colonias Móviles de El Dorado, destinadas al hampa común, llenas de presos políticos, igual que en el siniestro campo de concentración de Guasina, de donde se los llevaron para Sacupana del Cerro, allí sigue prevaleciendo el trato inhumano de los esbirros del gobierno.                                    
Con un suspiro de dolor, casi con lágrimas en los ojos la Abuela se disculpo, para ir un momento a su cuarto. Y, Pedro que la miraba, sintiéndose culpable por su estado de ánimo, le dijo; perdóneme, yo sabía que no era el momento para hablar de estas cosas.
De seguida, la Abuela, controlándose un poco, le dijo; no te preocupes, hijo, que la capacidad de aguante de millones de compatriotas está llegando a su limite, según me informaron recientemente, ya existen brotes de disidencia conspirativa en las Fuerzas Armadas. Creo que la Dictadura tiene sus días contados. Y se alejó hacia su cuarto.
En momentos como éstos, la Abuela, prefería retirarse a solas, para confortarse con la oración y para pensar la forma de colaborar más activamente con la resistencia. 
Entonces, Pedro se despidió, sin aceptar la invitación a almorzar que le acababa de hacer Emilia, quien viendo la hora y deseosa de aligerar el dolor que todo eso le causaba, se había parado para ir a la cocina.



 CAPITULO IV.

Tiempo de revelaciones.

Ya en la cocina, mientras preparaba lo que comerían en el almuerzo, Emilia siguió rumiando sobre el asunto, pero luego, se entretuvo y comenzó a pensar, en lo que siempre pensaba cuando cocinaba; sus amores a escondidas con Felipe. Le parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo desde que se conocieron y se enamoraron. Ella llegó a pensar que Felipe se cansaría de las excusas que continuamente le daba para posponer el momento de decírselo a su Mamá. El siempre quiso un compromiso corto; no deseaba esperar mucho para casarse. Pero, ella preocupada por  los demás y por todo lo que sucedía en la casa, decidía esperar. Ahora las cosas eran distintas, era el momento para resolverlo todo. Lo único que le preocupaba era la edad que ya tenían ambos. No era ya demasiado tarde, se preguntaba.
El día de la fiesta lo habían conversado. El ya no quería seguir esperando y estaba seguro de que la Abuela lo sabía todo; ni que fuera gafa para no haberse dado cuenta, después de todos estos años, le había dicho, medio  enfurruñado.
El había aceptado todas las disculpas de Emilia, además la situación económica no había sido siempre muy boyante, como para garantizarle una vida cómoda. Así, a él también se le había pasado el tiempo, pero, él no lo consideraba perdido; puesto que sus vidas se habían mantenido unidas; siempre habían hallado el momento para verse y sus encuentros en la casa de Flor, en el cuartico del fondo que daba a la empalizada y por donde se escapaba Emilia, sin importar la hora, porque le era muy fácil darse una fugadita, cuando todos pensaban que estaba en la cocina; mantuvieron vivo ese amor, compartido con tanta intensidad.
Largo rato estuvo Emilia  ensimismada, pero, sus pensamientos fueron interrumpidos, cuando apareció Flor y le dijo que Felipe la estaba esperando. Ella se apresuró y le dio instrucciones a Flor para que continuara con lo que le faltaba por hacer y salió corriendo hacía la empalizada. Cuando casi llegaba oyó que la Abuela la llamaba; hija que haces, para donde vas tan apurada, le preguntó en alta voz. Emilia, que ya había pasado por eso muchas veces y que presentía que su Mamá la estaba vigilando, desde hacía tiempo, le respondió, como siempre hacía en esos casos; voy a buscar unos huevos, tú sabes que Juanita, a veces,  no los recoge todos y me hacen falta en la cocina.
Flor que oyó todo, rápidamente, comenzó a romper unos huevos y escondió la cesta debajo de la alacena. La Abuela entro en la cocina y al ver a Flor le dijo; muchacha, que haces aquí.
Ayudando a Emilia, le respondió, ella fue a buscar unos huevos que nos hacen falta.
Un..ju...  Yo creo que lo que esta buscando es lo que no se le ha perdido, contesto la Abuela.
En eso, entro Emilia diciendo; no hay más, tendremos que hacerlo con los que tenemos y se puso a revolver una olla y, viendo que su amiga estaba muy nerviosa le dijo; deja que yo termino con eso, creo que te llaman de tu casa. Ve y sí puedes vienes a almorzar con nosotros. Te espero.
Mientras Emilia hablaba, la Abuela fue hacia la alacena y viendo la cesta de huevos, le dijo; cómo que no hay, mira aquí hay suficientes huevos, y Emilia, haciéndose la sorprendida, contesto; no sé que me pasa, debe ser por el apuro que no los vi y creí que sólo habían los que estaban en la mesa. Como el almuerzo está atrasado y todos deben tener hambre.  Iba a continuar con su perorata, cuando  la Abuela la interrumpió, diciéndole; creo que ya es hora de que conversemos tú, Felipe y yo. Y no me mires con esos ojos pelados; que ya todos estamos  muy grandecitos para andar jugando a los inocentes, o me van a oír y ni Flor se va a escapar de que la ponga morada, y sin darle tiempo a responder, le soltó: tienes poco tiempo para resolver esa situación, porque, sino, si es verdad que te vas a quedar para vestir santos. Y dando media vuelta se fue hacia el corredor, donde estaba Juan, el Padrino, leyendo la prensa de la capital, que le había traído Pedro, y muy sonreído, porque no se  había perdido detalle de lo sucedido. Este, al verla le dijo; ten calma, que ellos ya están listos, pronto celebraremos la boda de esos  chorlitos.
Al rato, cuando ya habían terminado de almorzar y recogían los platos, Flor, aprovechando que los demás se habían ido a dormir la siesta, le preguntó a Emilia; qué pasó, que la Abuela y tú estaban tan calladas, los únicos que hablamos, durante el almuerzo, fuimos el Padrino y yo.
Emilia echó una mirada alrededor, para verificar que no las escucharan y le contó  lo sucedido, incluido el comentario del Padrino. Ahora tendremos que arreglar las cosas, dijo, y continuo; qué pasó con Felipe.
Bueno, se fue cuando le conté el susto que pasamos, le informó Flor; creo que voy con Pedro al cine de 7, por qué no vienes y le aviso a Felipe, para que conversen.
Emilia estuvo de acuerdo, y le preguntó; cómo van tus cosas con Pedro, ustedes se ven muy enamorados.
Flor la miró con ojos de felicidad y le dijo; bueno, tú sabes que después que terminé con mi primer novio, yo no quería saber nada de matrimonio y menos después de la muerte de Papá, no podía dejar sola a Mamá, pero ahora que mi hermana se vino a vivir aquí con su familia, estamos pensando arreglar todo para casarnos en poco tiempo, después que la botica este funcionando.
Maluca, no me habías contado nada, le dijo Emilia.
Es que no quería que te sintieras mal, porque lo tuyo no se había arreglado todavía, le contestó Flor.
Que tonta eres, le dijo Emilia, pero ya vez que sí Dios quiere todo se va  a arreglar.
Efectivamente, las cosas se arreglaron, pero fue muy difícil convencer a la Abuela de que sus amores  no tenían tanto tiempo, porque Emilia se empeñó en decir que era cosa reciente; para que no se sintiera culpable de su aplazado noviazgo. Luego de largas discusiones se dispuso el matrimonio para el mes de diciembre, aprovechando las fiestas.
Días después, la Abuela se sintió mal y se quedó en cama y para que no se preocuparan les dijo a todos que sólo estaba cansada.
Emilia le llevo el desayuno y se dedicó a atenderla, pero la Abuela insistió en que estaba bien y en que la dejara dormir un poco más.                               
Al rato, ya sola en el cuarto y en penumbras, comenzó sus oraciones del día y de repente sintió que alguien estaba a su lado y oyó una  voz que le dijo; soy yo, Manuel Camilo. No se esté preocupando por mí, ni por el noviazgo de Camila. Pero, tenga cuidado con un hombre que ha llegado al pueblo. En eso, cuando estaba concentrada en la voz, se oyó un grito en la calle que la sacó de su ensimismamiento y la voz se fue. La Abuela, muy conmovida, continuó sus oraciones. Después se levantó, se vistió y salió, sigilosamente, sin que nadie lo notara, hacia la iglesia. Ya en la iglesia, cuando estaba orando frente al Sagrado Corazón de Jesús, sintió un escalofrío, que le recorrió todo el cuerpo, entonces,  voltio hacia donde venía un aíre muy frío y vio, parado en la puerta lateral, al cuñado de Flor, quien le sonreía con aíre burlón. Ella le sostuvo la mirada y él se marchó. Ese hombre no le había gustado desde el momento en que,  recién llegado a Frailejero, Flor lo había llevado  a su casa.
La Abuela, estuvo un rato más rezando, hasta que se sintió calmada y luego se fue a su casa.
Cuando llegó, todos estaban angustiados, por su salida intempestiva, pero ella intentó calmarlos diciéndoles  que estaba perfectamente bien y que sólo había ido a la iglesia. 
Pero, Camila, con cara de disgusto, le dijo; eso no se hace Abuela, ha debido avisar. Se imagina sí le hubiera sucedido algo y nosotros sin saber donde estaba.
La Abuela, con cara de arrepentida, y después de darle un beso, se fue a su habitación y desde allí, llamó a Emilia, y le contó lo sucedido.
Emilia quedó apesadumbrada. Que pasaría, ahora, con su amistad con Flor, se preguntaba. Porque las premoniciones de su Madre casi  nunca fallaban y Flor, además de ser su amiga, era quien se había arriesgado por sus encuentros con Felipe.
Entonces, la Abuela que la conocía muy bien, interrumpió sus pensamientos, preguntándole; si en los planes de Flor estaba mudarse para la botica con Pedro y sí ese hombre y su mujer se quedarían en la casa de la Mamá de Flor, es decir al lado.
Emilia, le respondió que así era y se  quedó pensando. Estaba sorprendida; cómo se enteró de todo, se preguntaba; cuando, la Abuela, haciéndose la que no había notado su actitud pensativa, le dijo; entonces, todo está resuelto, porque vamos a mandar a hacer una tapia en ese lado del corral y después la extenderemos por todo el fondo para evitar suspicacias.
Días después, la pared estaba lista y Flor que había venido insistiendo en que no entendía él porque de esa tapia, sino era por lo de los encuentros, llegó con la noticia de que en la madrugada habían venido unos hombres preguntando por su cuñado y que después se habían ido todos juntos, y además, cuando, en la mañana, había ido con su Mamá a la iglesia, porque  estaba muy angustiada, se habían enterado, por el Padre Francisco, de que al sacristán se lo habían llevado unos hombres al amanecer. Como ya repite la gente “sin pasar por go ni cobrar doscientos”   
Después que se fue Flor, con su recomendación de que no hablaran con nadie sobre esa historia, hasta que no averiguaran quienes eran esos hombres. Emilia le contó lo sucedido a la Abuela y al Padrino.   El Padrino se preocupó, porque podían hacerle daño al  sacristán y además porque él conocía las actividades secretas del grupo  y las cosas  podían complicarse, pero, la Abuela les dijo que no había que angustiarse, ya que sí el sacristán era en realidad la persona que ella creía que era, todo saldría bien; no hay nadie mejor que él para hacerse el tonto, agregó.
En la noche, antes de acostarse, la Abuela preparó y le llevó al Padrino el técito; el mismo que le había mejorado muchísimo el problema de sonambulismo.  Este lo tomó sin protestar y le dijo que no se alarmara; que se sentía  tranquilo, porque  sabía que ella le daba a tomar un té algo diferente, el té aliñado; como lo llamaba él,  cuando presumía que estaba angustiado. En verdad, así era; cuando todo estaba bajo control el té era simplemente de Tilo o Torongil, como lo había indicado Misia Tomasa, la antigua yerbatera del pueblo, pero para los días en que el enfermo estuviera más intranquilo debía agregársele otras yerbas. Al recomendarlas ésta contó que Santa Ana le dijo un día a su prima; esta Yerba es Buena y la prima le había contestado; esta es Mejor Ana. Por eso, desde ese día, se las llama así: Yerbabuena y Mejorana y por eso Dios les dio propiedades especiales a esas yerbas, que deben ser usadas con mucha fe. Pero, además, Misia Tomasa recomendó que más nunca  volviera a tomar café y que se le diera todas las noches una ensalada de lechuga,  cebolla y ajos.
El sonambulismo del Padrino, motivó que la Abuela se lo llevara a vivir con ellas, porque era muy peligroso, no sólo por la enfermedad sino para la familia,  que anduviera por ahí caminando dormido y hablando de todo lo que le  sucedía durante del día. Después de la muerte de Consuelo y cuando se formó el grupo de  apoyo a la resistencia, se le presentó ese padecimiento al Padrino, pero en el pueblo, las malas lenguas, decían que eso era una excusa para escaparse del arresto en que lo tenía su mujer, por parrandero y mujeriego. La cosa se puso tan seria que la mujer lo abandonó, diciendo que estaba loco y que ella no iba a seguir aguantando esa mecha; de ni siquiera poder dormir por estar cuidando que no se le escapara a sus vagabunderias. Así que la Abuela aprovecho la ocasión para mudarlo a su casa.
El Padrino pensó que sería por poco tiempo, mientras se curaba, pero con el tiempo se fue acostumbrando a los cuidados y sobre todo a estar cerca de su familia, quiénes además de quererlo, habían logrado que pusiera orden en su vida y en su trabajo, hasta el punto de transformarlo de zapatero remendón en  administrador de la Zapatería Familiar, donde todos habían invertido esfuerzo y recursos para hacer de ella la mejor de la zona.                                                  
Por su mejoría el Padrino podía, ahora, hacer  una vida normal y las pocas veces que salía de noche regresaba temprano pidiendo su tecito aliñado, cosa que le gustaba mucho a la Abuela, porque así todos podían dormir en paz y al día siguiente madrugar en sus labores cotidianas. 
Meses después, ya en noviembre,  Alfonso regreso al pueblo y fue a visitar a la familia, pero sólo la Abuela estaba en casa, trayendo  la noticia de que había circulado un manifiesto firmado, por un dirigente político en San José de Costa Rica, el 13 de septiembre, llamando a estructurar un frente de liberación. La Abuela se quedó pensativa y antes de que pudiera decir nada, Alfonso continuó; y otra cosa, se acuerda de aquel asunto del ex militar que murió, pues bien, me informaron, la semana pasada, que lo habían identificado como Manuel Camilo Rosas, o Rojas, no me  recuerdo muy bien el apellido, un revolucionario que a partir del 24 de noviembre del 48, como consecuencia de la caída del presidente, se había unido a la lucha por la democracia.
A la Abuela casi le da algo, pero se dominó para no evidenciar ante el joven su espanto y tristeza por la muerte del padre de su nieta, cosa que ya suponía, pero que de todas formas le dolía.
Alfonso se quedó callado, mirándola con cierta extrañeza  y,  pensando que la Abuela le tenía algo de desconfianza, le dijo; no se preocupe Abuela, estoy autorizado por Don Eduardo para hablar de estas cosas con  usted, cuando esté sola. Además todos estamos en esto por debajito, o no.  La Abuela no respondió pero cuando Alfonso se hubo marchado se dijo: anda la procesión por dentro, pueblo chiquito infierno grande, vamos a tener que cerrar el pico.  
Cuando regresaron Emilia y el Padrino, que habían pasado la mañana con Camila haciendo unas diligencias para alquilar un pequeño local, donde ésta quería instalar una libreria y tarjetería y donde pudiera comenzar con una hojita de noticias locales, le dijeron a la Abuela, que Camila se había quedado un rato con Finita y que las noticias eran malas por que el sitio era muy caro. Entonces ésta les dijo; lo mejor que podemos hacer es reformar la tiendita y abrir otra puerta, para que funcionen los dos negocios aquí mismo en casa. Vengo pensando en eso desde hace un tiempito y, ahora, creo que Camila estará mejor cerca de nosotros; porque las cosas no estan muy buenas que digamos.
Por qué dices eso Abuela, le pregunto Emilia y en seguida la Abuela les contó todo lo dicho por  Alfonso.
Inmediatamente Emilia se puso muy triste y el Padrino dijo; llego la hora de hablar con Camila, de todas formas no hicimos sino seguir las instrucciones de Consuelo, para protegerla y para evitarle las continuas requisas y huidas sí hubiera permanecido con su Papá, quien además de estar de acuerdo, según ella misma dijo, no podía tener impedimentos para sus actividades y movimientos.
La Abuela quien  siempre pensó que eso era lo correcto, decidió que esa misma noche hablarían con Camila.                                                            
En la noche, después de la cena, cuando sentados en el corredor, esperaban para hablar con Camila, quien aun no había regresado de casa de Finita, llegó, sorpresivamente, el Padre Francisco y les soltó la noticia de que había llegado al pueblo una comitiva y que velozmente, el teniente sin ninguna consideración, entró a la iglesia y le ofreció soltar al sacristán si le daba los nombres de las personas del pueblo que ayudaban a la resistencia.
A pues. “Bueno es cilantro pero no tanto”, dijo el Padrino; aquí no ganamos pa’ sustos. Y usted que le dijo, le pregunto al Padre.
Bueno, me hice el tonto y le dije que los que se ocupaban de eso se habían marchado del pueblo, desde que se había regado la voz de que iban a intensificar  la vigilancia por causa de los borrachos revoltosos. Entonces, me pidió que se lo jurara, pero yo le dije que no podía porque eso era pecado y que  creyera en mi palabra. Al final se fue, no muy convencido, pero al rato vi que se marchaba la comitiva y esperé hasta ahora para venir a contarles y pedirles que tengan mucho cuidado con lo que hacen y a quien reciben; por cualquier cosa.
Bueno, Padre, gracias por avisarnos, pero no tenga cuidado, que vamos a estar alertas, le dijo la Abuela.
Así es, hija, dijo el Padre, pero por sí acaso; yo vine está noche para encargarle a Emilia la comida que debo obsequiar al Obispo, que viene el domingo para la Confirmación  de los muchachos.
Al rato, después que se había marchado el Padre, llegó Camila diciendo que había pasado todo el día con Finita, para alegrarse un poco. Ya sabes lo del local, verdad, le dijo a la  Abuela y continuó; bueno, y después fuimos al cine con Gustavo y Alfonso. Ya saben que está aquí de nuevo, preguntó y sin esperar respuesta les pidió la Bendición y se fue a acostar, porque estaba muy cansada. 
La Abuela, muy sonreída, por el alivio de no tener que hablar con Camila esa noche y porque a pesar de todo ella había pasado un día entretenida con su amiga, le dio la Bendición y después de hacerle el té aliñado al Padrino se fue ella también a dormir. 
Dos días después se apareció el sacristán y le contó al Padre que cuando lo secuestraron lo llevaron a una prisión, donde lo interrogaban por horas y que luego, cuando al fin lo soltaron, le dijeron que lo hacían porque el gobierno no quería problemas con la iglesia, por eso lo habían traído hasta la encrucijada, a la entrada del pueblo, de donde se había venido caminando. El Padre, después de oírlo, le dijo; eso es verdad, hasta hay un ministro que dice que enredarse con la iglesia es pavoso y de seguida   le preguntó; y tú que les dijiste. A pues, Padre, que les iba a decir, que no sabía nada, que en este pueblo a nadie le interesaba la política, que aquí lo único que le importaba a la gente es su trabajo y vivir en paz, que yo me ocupo de la sacristía, donde antes vendía medicinas  y que ahora voy a trabajar en la botica, le respondió el sacristán.
La noticia se regó como pólvora en el pueblo, porque, entre los que trajeron al sacristán, había sido identificado, por unos vecinos,  el cuñado de Flor, y por supuesto, inmediatamente, comenzó el rumor de que éste era un esbirro del gobierno. Inmediatamente comenzó el acoso de los vecinos, para que el sacristán; el viejo Manuel, les contará lo sucedido, pero, éste, que había iniciado su trabajo en la Botica, se los quitaba de encima diciéndoles, que si seguían con la “neceda”, se los iban a llevar a todos, porque andaban buscando a los lazados y que se pusieran ojo avizor, porque por allí, cerquita, estaba el cuñado de Flor.   
Los siguientes días los pasó Camila en los arreglos de ampliación de la tiendita; la  librería ocuparía lo que ahora era la sala. La Abuela la había convencido de que esa era la mejor solución, ya que no habría que pagar alquiler, y que el corredor  haría las veces de recibo y además era mucho más agradable y espacioso, así que no había porque hacerse problemas por eso.        
Alfonso no le perdió pisada, estuvo con ella en todo momento, la ayudo a buscar a los hombres que harían la pared, a mover muebles,  a pintar y a arreglar todo, cuando ya la construcción estuvo concluida.
En su compañía estaba cuando llegaron Finita y Gustavo a recordarles la invitación  para ir a la  Botica, donde estaba Flor y quería que todos fueran al brindis, por la inauguración, que se haría sólo con ellos y su familia. En seguida corrieron a arreglarse y quedaron en verse en el sitio.    
Emilia que había preparado: tequeños, dedos de señora, chicharroncitos, hayaquitas aliñadas y mini tostones,  para acompañar los traguitos y un Bizcochuelo Borracho y dulce de Cabello de Angel, para el final de la velada,   ya había salido para allá acompañada por Felipe, quien había obsequiado la bebida,  el Padrino y la Abuela.                         
Esa noche, se llevaron una gran sorpresa, porque ante la mirada asombrada de todos llegó el Juez de la Parroquia y casó por lo  civil a  Pedro y a Flor. Nadie había sabido que esa boda se realizaría, sólo Emilia y Felipe  fueron cómplices del asunto. Ante el hecho consumado,  el Padre Francisco exigió que en menos de dos semanas se efectuara la boda religiosa y en  efecto, así fue, a pesar de la complicación que se presentó por el disgusto de los hijos de Pedro, quienes solo se enteraron el mismo día, ya que todo se había mantenido en secreto, a petición de los nuevos esposos. Los problemas con los hijos comenzaron cuando se enteraron de los amores de su padre, ya que ellos consideraban que su Papá estaba muy viejo para eso y además, no era justo que ellos tuvieran que compartir sus bienes con una mujer que no era su Mamá, que por cierto sólo tenía un año de muerta. Pero los novios decidieron que no harían caso de nada y estaban preparados para enfrentar juntos todos los problemas que vinieran. Por lo cual después de la boda no hubo Luna de Miel, sino un mes después, cuando los “niños malcriados” fueron a pasar las Navidades  en Merino, con su Tía Ana.                       
Con tanto romanticismo en el ambiente, Alfonso se decidió y le declaró su amor a Camila,  ella después de aceptarlo, toda llena de felicidad,  se lo comunicó a la familia, diciendo;  ahora lo único que falta es el matrimonio de Emilia,  el de Finita y el mío, para que la dicha sea completa. En eso estaba pensando, cuando la vida, que no se cansa de dar sorpresas, la sacudió de nuevo.
La Abuela se puso mala, venía sintiéndose mal por varios días, por eso la llamó y le contó toda la historia de su padre, diciéndole que se había tomado unos días, después que supo de su muerte, para verificar la noticia, y que su padre, a pesar de sus andanzas, siempre quiso conocerla y la había querido mucho, prueba de ello era que le había llegado una encomienda de él, a través de Don Eduardo. Está allí en mi cómoda, tómala y después continuamos hablando.             
Camila muy conmovida, tomó el paquete y se fue a su cuarto, donde permaneció por varias horas. Leyó, entre lagrimas, varias veces, las cartas, que venían en la caja, donde le decía que siempre estuvo en contacto con la Abuela y recibía noticias de ella, pero que le había pedido que lo mantuviera en secreto para evitarle sufrimientos, que la Abuela había sido un apoyo en su lucha y que no les guardara rencor porque todo lo habían hecho por la más noble de las causas. Además había un documento donde él la reconocía como su hija y única heredera, y que anexaba el acta de matrimonio de sus padres. Por último había un papelito, que parecía escrito a la carrera, donde le decía que todo ese paquete lo había preparado un amigo, a medida que iba pasando el tiempo, con las cartas que él le hacía llegar  y que éste tenía instrucciones de contactar a Don Eduardo si le pasaba algo. Camila quedó pasmada, con lo que leyó después; “el contacto lo establecimos con un amigo del hijo de Don Eduardo, Gustavo, que se llama Alfonso, el no sabrá que contiene el paquete, su misión es entregarlo, solamente eso.” No podía creerlo. Estaba aturdida, como fuera de la realidad.    
Cuando por fin logró calmarse, Camila, suponiendo que la Abuela estaba angustiada, se llenó de valor y volvió al cuarto de la Abuela. Sentada en la cama estaba la Abuela, con el rosario en las manos y Emilia a su lado con cara de susto. Camila no dijo nada, solamente, le entregó a la Abuela las cartas y el documento, y espero a que ella los leyera. La Abuela luego de leer todo, miró a Camila, como pidiendo su aprobación, y  se los pasó a Emilia. Al rato las tres ya respuestas del llanto, se quedaron mudas cuando Camila les dio el papelito que aún conservaba en sus manos.
Que vida la de Manuel Camilo, ni a la hora de su muerte dejó de sorprenderme, dijo la Abuela. Si ayer nos hirió a todos al no aparecer después de su matrimonio con tú Mamá y luego nos mantuvo en un vilo por sus actividades clandestinas, en las que nos arrastro, por supuesto que por nuestro gusto, ahora nos deja definitivamente, con un acto tan noble  que no me queda nada más que confirmar, lo que siempre pense; que al mundo llegan seres especiales con misiones superiores, que el resto de los mortales no acabamos nunca de apreciar en su justo valor. Cómo pudo ese hombre, en las condiciones en que vivió, mantener intacta una herencia que lo hubiera podido remediar ante  tantas carencias como las que pasó.
Además, intervino Emilia; lo que son las cosas del destino, al poner en su camino nada más y nada menos que a Alfonso, tú novio, mijita, tú sabes lo que es eso, a lo mejor hasta llegó a conocerlo. Es como  cosa de novelas.
Así es.  Bueno, salgan las dos y llámenme al Padrino él tiene que saberlo todo, dijo la Abuela, y les dio la Bendición con un beso.
El estado de salud de la  Abuela fue empeorando, según pasaban los días, por eso se realizó, apresuradamente, el matrimonio de Emilia en la intimidad. Todos esperaban lo peor, porque el médico les había dicho que estaba muy débil y desanimada, que eran cosas de la edad, que le administraran los medicamentos y que le evitaran toda angustia o preocupación. Pero ella se repuso como por arte de magia sólo con la visita de Misia  Tomasa, quien había regresado, sorpresivamente, al pueblo. Estaba acabadita de puro vieja, pero había llegado muy tiesita preguntando por la Abuela, por eso la pasaron al cuarto, donde pidió que las dejaran solas, Camila no quería, pero Emilia que llegó a conocerla, cuando era una niña, se llevó a Camila al corredor y allí le contó la historia de Misia Tomasa.
Ella había sido, años atrás, la comadrona del pueblo y entre los partos que atendió estaba el de Consuelo, cuando nació Camila. Misia Tomasa no tenía ninguna instrucción, pero había aprendido muy bien su oficio y además tenía conocimientos sobre el uso de las yerbas curativas y según las malas lenguas del pueblo sabía de brujería. Vivía en la casa de la esquina al lado de la de Finita, era una casa humilde, pequeña, pero con un solar grande con muchas plantas y arbustos medicinales, que ella vendía o regalaba a los más pobres. Ahora esa casa ya no existía. En ese tiempo Misia Tomasa había sido aceptada hasta por las familias más presumidas, dado que no había  médicos  que atendieran a los enfermos y a las  parturientas. Los menos favorecidos la querían mucho y se dolieron cuando se marcho, pero las familias de cierto poder, si bien la habían admitido, no le tenían mucho aprecio por eso de la brujería. Pues bien, sucedió que una noche Misia Tomasa tuvo que atender a la esposa del Jefe Civil, un hombre de mal carácter y muy severo cuando las fechorías las cometían los humildes, pero no así si se trataba de alguien acomodado. El y su  mujer despreciaban a la pobre comadrona y hasta se llegó  a decir que la meterían presa en cuanto encontraran un médico que aceptara radicarse en el pueblo. El había mandado a buscar un médico en la ciudad más cercana, pero el parto se adelanto y se vio obligado a mandar por Misia Tomasa. El parto fue difícil y Misia Tomasa estuvo casi hasta las doce de la noche atendiéndola, el niño estaba sano, pero cosa tan rara, ¡tenía la cara y el pecho negros como el carbón y el resto del cuerpo blanco como la nata!. ¡Era de dos colores!, la  diferencia era tan grande que parecía que había sido pintado. Cuando la madre lo vio, después de recuperarse de los dolores, se puso a dar gritos de espanto y entre los berridos le pidió a la partera que no dejara entrar a nadie y menos a su marido. Ella así lo hizo y trato de tranquilizarla.  Cuando la madre estaba más calmada, entre hipidos,  le pidió que por favor hiciera algo pronto, para que el niño fuera todo blanco, que ella estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera, con tal que se le quitara esa cara y pecho negros y que le pagaría lo que le pidiera. Tomasa buscó en su talego y preparó una mezcla de yerbas con las que frotó la cara y el pecho del niño y luego lo envolvió completico en un fajo que había humedecido con otra preparación de color marrón y de olor muy penetrante. Cuando termino le dijo a la madre que no lo destapara hasta la noche siguiente, que el niño no lloraría, ni tendría hambre,  porque estaría dormido todo ese tiempo, que al pasar las venticuatro horas  su cara y su cuerpo serían del mismo color, que no se preocupara más y descansara tranquila. Tomasa se marcho, diciéndole que volvería la noche siguiente, pero que cumpliera sus indicaciones al píe de la letra, sino, ella no respondía por lo que pasara. Al salir le dijo al marido que no entrara porque su mujer y su hijo estaban dormidos, que no era bueno molestarlos  hasta el día siguiente en la noche, porque ellos necesitaban descansar y que le había dejado un tecito al lado de la cama para que su mujer lo tomara si sentía hambre. Que se fuera a celebrar con sus amigos o descansar tranquilo y que no había nada de que preocuparse. El Jefe Civil se fue al bar del pueblo y allí estuvo tomando con sus amigos hasta la seis de la mañana. Cuando regreso a su casa no recordaba nada de lo que le había dicho la comadrona, así que entró al cuarto y al ver al niño todo tapado, dormido al lado de la madre, penso que se podía  ahogar y que su mujer por estar dormida podía  aplastarlo. Entonces, lo cargó y comenzó a destaparlo empezando por la cara. Al verlo se quedo paralizado por el horror, no podía creerlo y comenzó a gritar. Con los gritos su mujer se despertó y al ver la cara de terror de su marido y ver a su hijo, quedó espantada y comenzó a gritar ella también. El niño no tenía cara, no tenía ojos, no tenía nariz, su cabeza era como una bola oscura y rugosa. Con la gritería el niño se despertó llorando, lloraba pero no tenía ojos, gritaba pero no tenía boca, oía pero no tenía orejas. El Jefe Civil retrocedió temblando y salió del cuarto y de la casa gritando el nombre de la comadrona y maldiciendo. Así, llegó a la casita de la pobre mujer y derrumbando la puerta entró echo una furia. La encontró sentada en su catre, con las manos cruzadas como en oración, de seguida se le fue encima, quería matarla, estrangularla, pero no podía agarrarla, la veía pero no podía tocarla. Entonces, furioso cogió un machete que estaba al lado del catre y empezó a dar machetazos a diestra y siniestra, pero no lograba alcanzarla, entonces cansado y casi sin respiración cayo al suelo y cuando levantó la cara la vio sentada en el catre como si nada, esto lo enfureció aún  más y se le fue encima con un pico que había agarrado de un lado de la puerta derrumbada, cuando asesto el golpe se oyó un ruido tan fuerte como la explosión de un cañón y en ese momento se abrió un hueco en el piso que se tragó al Jefe Civil, luego se oyó un ruido mucho más ronco y el hueco se cerró. Los vecinos que presenciaron la escena, aterrorizados, desde el hueco de la puerta, cuentan que al rato vieron que Tomasa con sus macundales a cuesta se iba del pueblo por el camino de la montaña. A todas estas, la madre y el niño que se habían quedado dormidos de tanto llorar, se despertaron con el ruido como de cañón y entonces ella temblando de miedo hizo una maleta y se fue con su hijo por los lados del río. Los que contaron esta historia dicen que la mujer cuando llego a un pueblo muy lejano, porque estuvo caminando y llorando con su hijo en brazos por sesenta días seguidos, vio que el niño estaba normal, porque sus lagrimas habían limpiado su corazón y la inmundicia que cubría el rostro de su hijo. Desde esa época no se había vuelto a tener noticias de Misia Tomasa, ni se supo más de la mujer y de su hijo.    
Camila, estupefacta, miraba a su Tía, como sí quisiera salir corriendo y, en efecto, eso hizo. Corrió al cuarto de la Abuela y allí las encontró a las dos conversando, de lo más animadas, sobre la mejoría casi total del Padrino. Que susto, Abuela, creí que..., Camila iba a continuar  pero se calló.   Que creías, niña, que cara de espanto es esa, que te pasó, le preguntó la Abuela y Camila viendo un gesto dulce en la cara de Misia Tomasa y  el aspecto saludable de la Abuela, se disculpó y salió, tal como había llegado; corriendo.
Emilia que se había quedado ensimismada por la actitud de su sobrina, la vio regresar al corredor, con la cara roja como un tómate y con   la respiración entrecortada. Pero bueno, niña, y ahora que pasó, le interrogó.  Es que, con tu cuento, creí que le podían hacer algo malo a la Abuela y resulta que allá está como si tal cosa, como si no hubiera estado enferma, conversando felizmente con la Misia ésa, le respondió Camila. Qué es eso niña, respeta que esa es una señora mayor y además muy buena y sufrida. No te digo yo, por eso no me gusta repetir esas historias, porque se prestan a malas interpretaciones, dijo Emilia y en seguida le preguntó; cómo es eso de que Mamá está bien. Anda y velo por ti misma, le dijo Camila.
Todos en la casa estaban asombrados y alegres, ese mismo día la Abuela se levantó y comió con gran apetito. Así, que a los tres días estaba completamente bien y cuando le preguntaban qué le había dado Misia Tomasa, ella, con una gran sonrisa, sólo les decía; ella rezó conmigo unas oraciones, me puso bajo la lengua una bolita como de tierra y al rato estabamos las dos conversando y  casi sin darme cuenta me sentí mejor, eso es todo, son cosas de la vida.


























CAPITULO  V.


El renacer


Después de la boda de Emilia, con la recuperación de la Abuela y la tiendita ya arreglada, los nuevos novios; Camila y Alfonso, se tomaron unos días para disfrutar de lo quedaba de las vacaciones; pasearon por los lugares más bellos de la región, asistieron a las celebraciones navideñas en la plaza y a la representación que hacían los niños del Nacimiento de Jesús. Y cuando no tenían nada, especial, que hacer iban al cine o se quedaban en la plaza conversando con los amigos, o en casa con la familia. 
Camila sentía una gran paz interior. Su conversación con Alfonso sobre lo sucedido con su padre, le permitió comprobar que él lo había conocido, por eso Alfonso tuvo que darle los detalles. Según él, todo había sido muy sencillo. Primero que nada, él nunca supo el verdadero nombre del “Capitán Rojano”; como lo llamaban, y fue una casualidad que se conocieran en la Imprenta de su padre, donde el Capitán había ido a solicitar orientación para reparar una máquinita  tipográfica que tenía. Al Capitán lo presentó un empleado de su padre, el señor José, como un amigo retirado del ejército, que se ocupaba de pequeños trabajos de impresión en La Villa. Ese día le pidieron a él, que era un muchacho en esa época y estaba allí de aprendiz, y a José que ayudaran al Capitán.  Así lo hicieron y se encargaron de conseguirle el repuesto que hacía falta. Y eso había sido todo. Pero  recordaba  que el Capitán era un joven  muy educado, con ese ángel que cautiva a la gente, parecía un intelectual porque cuando hablaba, con esa voz gruesa como de locutor, todos quedaban encantados. Camila le había hecho repetir ese cuento cuatro mil veces, como buscando que él recordara algo más sobre su padre. Ella sentía que a través de Alfonso podía llegar conocerlo. Pero Alfonso repetía siempre lo mismo, hasta que un día le dijo; esta bien, vamos a hablar “claro y raspao”, pero con una condición: me prometes que te casas conmigo el próximo mes, el 23 de enero de 1957. Camila soltó la risa y le dijo; claro que sí, pero no seas maluco, no tienes que chantajearme. Entonces Alfonso comenzó de nuevo la historia, pero con algunos cambios; el verdadero amigo del Capitán era su padre, quien también colaboraba con la resistencia en trabajos de imprimir volantes, él lo vio muchas veces en la imprenta, pero después esas visitas cesaron por la vigilancia que le tenían montada a su familia. Eso lo supe cuando mi padre, al saber que estaba en el   Comité   Estudiantil del liceo, intuyó  que la lucha política me atraparía y quiso advertirme de los riesgos que eso suponía, contándome de los apremios y angustias que habían sufrido, desde el momento en que sus antiguos compañeros de estudio lo habían contactado, atraídos porque habían compartido ideales en el año 28  y por el trabajo al que se dedicaba. Por eso es él quien hubiera podido hablarte del Capitán, pero murió hace ya tres años. Ahora bien, continuo; el problema no es ese, el problema es que estoy metido en eso hasta los tequeteques, no soy un   líder, ni mucho menos, mi trabajo es sencillo pero algo peligroso. Sólo soy uno de los que llevan y traen encomiendas, por eso cayó en mis manos la de tu Papá  y por lo mismo  vine la primera vez a Frilejero, ahora, por qué Don Eduardo lo guardó por tanto tiempo, tendrás que preguntárselo a él, me supongo que por medidas de seguridad, o por instrucciones. O mejor dicho, no le preguntes nada porque todo lo que te he contado debes guardarlo en secreto. Ni siquiera a tú Abuela se lo digas, mira que no debemos mortificarla, con lo de tu Mamá fue suficiente. Y hablando de otra cosa, tienes una herencia, eres una heredera. Te vas a casar con un limpio, qué vas a hacer con ella, le preguntó.
Bueno, mi amor, creo que cuando vaya a la capital a hablar con las Lozadas, que ahora resulta que eran el enlace entre mi padre y la Abuela y que deben conocer a algún buen abogado y se establezca cuanto fue en realidad lo que él recibió y qué me dejó a mi, decidiré lo que voy a hacer.
En la fecha prevista se casaron, y se fueron a vivir a la ciudad, en una de las dos casas que ella recibió como herencia. Ella consiguió trabajo en un periódico y él siguió en la Imprenta.
Por su trabajo ella mantenía informado a Alfonso de lo que enteraba sobre las acciones del gobierno para enfrentar la resistencia. A mediados de año, una noche, cuando conversaban los dos, Alfonso le dijo que la situación estaba llegando al límite, que los dirigentes clandestinos estaban dispuesto a dar el último combate contra la dictadura y que ya se hablaba de rebelión popular, por lo que lo mejor sería que ella se fuera al pueblo. No es bueno que corramos más riesgos, lo que viene son allanamientos, requisas, persecuciones y en tú estado es peligroso que te veas envuelta en escaramuzas para huir de las redadas. Tienes tres meses de embarazo, necesitas cuidarte mucho y yo necesito estar tranquilo con respecto a ti, para poder dedicarme por entero al correo clandestino, que ha sido tan eficaz y que ahora será más necesario, porque a la pequeña estación de radio que teníamos fue destruida y en esa acción cayeron tres combatientes. Camila que lo miraba  con el  miedo y  la tristeza reflejados en la cara; protestó, lloró e  insistió en quedarse, pero al final aceptó cuando Alfonso le dijo que de todas formas él  tenía que ocultarse, porque si se quedaba en la casa tarde o temprano lo apresarían; la Seguridad Nacional no come cuentos, mi amor, y eso es lo que debo evitar a toda costa.
Días después, ya estaba en el pueblo, se había venido con las Lozada, quienes por los mismo motivos habían decidido pasar sus últimos días con  tranquilidad, por lo que compraron la casa de Flor, que estaba desocupada, ya que ella se había mudado, con su madre,  para la Botica y su hermana, asustada por los problemas de los vecinos con su marido,  se había ido con él para San Juan. La Abuela las recibió con alegría y cuando las Lozada se marcharon a instalarse en su nueva casa, le preguntó a Camila por Alfonso, diciéndole; el Padrino se ocupó de lo de mis primas y me dijo que vendrías por unos días, pero dime que está pasando.
Camila se desmoronó, se le guindó del cuello y se largó a llorar. Luego de un rato, se controló y le dijo; no, Abuela, no pasa nada, es que por mi embarazo estoy muy sensible. Tenía tantas ganas de verte. Pero la abuela la cortó en seco diciendo; déjate de pasjuatadas, crees que me vas a engañar con esas sandeces. Yo sé muy bien como están las cosas y que Alfonso debe estar más comprometido que nunca. Tú crees que te está  pasando lo mismo  que a tú  Mamá, pero hija, está vez no será así. Ese destino cruel y adverso, la desgracia que permitió que ellos murieran antes de ver el triunfo de la democracia no se repetirá.
Camila, casi a punto de comenzar a llorar de nuevo le dijo; Dios te oiga Abuela, tengo tanto miedo que perdí el dominio y te estoy mortificando.
Una semana después, Emilia se mudo con su marido a la parte de atrás de la panadería. Felipe se lo había exigido porque con Camila en casa ya no había la excusa de no querer dejar sola a la Abuela.
Y así pasaron seis meses, en los cuales la Abuela y Camila se ocuparon de transforma nuevamente la tiendita; a su lado ya no habría librería, sino el cuarto para los bebes, porque ya sabían que tendría morochos. El padrino se encargó de clausurar la puerta que unía ambas dependencias y de la pintura del cuarto, ya que, según la enfermera del dispensario, quien ahora aprendía el oficio de  comadrona con  Misia Tomasa, por que el médico sólo venía al pueblo tres días a la semana, el olor de la pintura podía provocar un aborto o el adelanto del parto.
A los nueve meses, el 23 de enero de 1958, nacieron dos niñas, en un parto sin complicaciones atendido, en el dispensario, por la enfermera y Misia Tomasa, quien ya casi sin poder estar de pie, le dijo a la enfermera; bueno, mijita, hasta aquí llegué, es hora de que esto lo sigas haciendo tú solita, sabes mucho más de lo que yo sabía cuando empece y salió del cuarto, se despidió de la Abuela y le dijo; “me voy para el monte donde pertenezco”. En la tarde  llegó Alfonzo, quien les confirmó lo que desde temprano se decía en el pueblo; ¡había caído el dictador!. Había huido a Santo Domingo, cargado de maletas de dinero, en compañía  de varios de sus ministros. Todos gritaban  de alegría y  estallaron en  risas cuando Alfonso les dijo que le habían contado que un líder,  cuando lo despertaron para darle la noticia, había dicho, con su humorismo proverbial;  “ a quién se le ocurre tumbar a un dictador a estas horas de la madrugada”. 
Pasó el tiempo y las niñas, que fueron bautizadas como Gloria y Victoria, en honor al hecho histórico que marco el día de su nacimiento, ya tenían tres años y volvían loca a la Abuela con sus tremenduras, quien se empeñaba en atenderlas personalmente y una noche, más cansada que de costumbre, la Abuela se retiró temprano, lo que aprovecharon todos para hacer lo mismo. Camila revisó a las niñas, que dormían plácidamente y se fue a su cuarto, en la cama estaba su marido rendido, al rato cayó en un profundo sueño, pero en la madrugada se despertó sintiendo una sensación muy extraña, se levantó y salió al corredor, hacía mucho calor y no hacía ni una brisita que lo mitigara, se asomó al cuarto de las niñas y luego fue a la cocina, tomo un vaso de agua y de regreso al corredor, cuando iba a sentarse  vio una figura, como una luz de color blanco muy brillante, que se le fue encima, paralizada de miedo sintió como esa luz se le metía en el cuerpo y cayo sentada en el mecedor, el cual comenzó a balancearse sin permitirle que se levantara, cuando lo intentaba el movimiento se hacía más fuerte, así que ella se quedó  muy quieta, esperando que dejara de moverse, de repente se sintió muy cansada y fue quedándose dormida con el vaivén. Allí la encontró el Padrino cuando se levantó y, viéndola  con asombro, se alejó intrigado, hacia la cocina, donde Juanita, quien ahora era la cocinera, hacía los preparativos para el desayuno.  Buenos días, le dijo el Padrino, y la Abuela no se ha levantado, le preguntó. Buenas, no, por aquí no ha venido, le respondió ella. Que cosa tan rara y además, esa niña durmiendo en el mecedor, comentó el Padrino. Quién, de quién me  está hablando, le preguntó ella. A pues, de quién va a ser, de Camila, le respondió y ambos se miraron como cayendo en cuenta de algo, y rapidito fueron  a averiguar lo que pasaba.
En el corredor Camila seguía dormida y a su lado estaba Emilia que acababa de llegar y al verla allí, se había quedado mirándola con extrañeza. Y viendo la zozobra en las caras del Padrino y Juanita  le tomó una mano a Camila y dulcemente la llamó por su nombre dos veces, ésta abrió los ojos suavemente y la Tía le preguntó; qué paso, porqué estás durmiendo aquí, hija, qué paso. Camila terminó de despertarse y muy despacio les contó lo sucedido y luego preguntó; y mi Abuela, donde está mi Abuela. Todos se quedaron en suspenso y, al minuto, corrieron al cuarto de la Abuela. Allí estaba ella, tendida en su cama, con las manos cruzadas en el pecho, los ojos cerrados  y una sonrisa en los labios. Emilia trató de despertarla pero fue inútil. La Abuela se había ido, se había marchado a ese mundo de paz y libertad, que tanto había buscado aquí en la tierra, pero que al final había encontrado más allá, donde el espíritu se reconcilia con todo  y por siempre.
Ese día se hizo todo lo que era menester para su entierro, al cual asistió más gente de lo que ellos se hubieran imaginado y una semana después cuando ya todo volvía a la normalidad, Camila al levantarse, cuando se estaba vistiendo, notó que tenia una marca en una pierna, igual a la  que tenía la Abuela por el mordisco de Bravo. Asustada se revisó una y otra vez, pero sí, era igual, y en la misma pierna que la de ella. Entonces se miro en el espejo, para ver si se le veía debajo de la falda y al colocarse de medio lado, se dio cuenta que de tras de la oreja, del lado izquierdo tenía un mechón de canas igual al que tenía  la Abuela desde muy joven.  Casi sin darse cuenta se quitó la ropa para ver si tenía algo más que fuera extraño en ella, pero no había más nada, entonces regresó el espejo y se miro detalladamente la cara,  no encontró nada raro, pero, ahora, se sentía diferente, sentía que no era la misma. Lentamente, volvió a vestirse y cuando se sosegó salió del cuarto, pero no más llegó al corredor sintió una energía tan grande, que se olvidó de todo y comenzó a atender todo aquello de lo que antes se ocupaba la Abuela, Juanita que la conocía muy bien se extrañó de su proceder, porque ella siempre había sido hacendosa, pero sin premura. Su forma de hacer era más bien reposada, así que viéndola actuar de esa manera, se quedo cavilando y al rato le dijo; me recuerdas a la Abuela. Camila se sonrió y le dijo; todo cambia en este mundo, sólo que a su tiempo. Desde ese momento, Juanita, comenzó a observarla con más  atención, se fijaba en lo que hacía, en cómo lo hacía, en lo que decía y en un momento recordó lo sucedido el día de la muerte de la Abuela, por eso hablo con Emilia y le pidió que se quedara todo un día con ellas y la observara, porque se sentía muy nerviosa. Emilia para tranquilizarla, se lo prometió y esa noche habló con el Padrino, quien después de oírla, se quedo como ido y con la mirada perdida se fue a la cocina a preparase el mismo su técito aliñado. Al día siguiente Emilia se vino muy temprano y,  disimuladamente, se dedicó a vigilarla para no perderse ni el más mínimo suspiro de Camila, por eso se la llevo, con toda intención,  a la cocina, después  de haber  desayunado y tendido las camas,  para que la ayudara a preparar un plato muy especial para el almuerzo, ese que sólo a la Abuela le quedaba de rechupete, el Mondongo de Cochino. Así que prepararon los ingredientes y cuando ya tenían  el mondongo lavado, frotado con limón y hervido con bastante agua, reposado y picado en pedacitos regulares, vuelto a hervir, por un cuarto de hora, en su mismo caldo con las zanahorias y las vainitas bien picadas y estaban lavando y  picando las verduras; ñame, ocumo, apio y papas, llego Juanita que venia de darle de comer a los gansos y las gallinas por lo que Emilia le pidió, que, para adelantar ya que se estaba haciendo tarde, fuera preparando una salsa de tomates, con cebollas, ajos una ramita de perejil y un poquito de manteca, Juanita que había iniciado su trabajo le dijo; bueno señora Emilia a esto hay que ponerle  sal, verdad, entonces contesto Camila; no niña, eso se deja cocinar un buen rato y luego se cuela y se le agrega al mondongo, entonces es cuando se agrega la sal con un punto de pimienta, se deja hervir hasta que tome una consistencia un poco espesa y luego lo servimos caliente, pero habiéndolo dejado reposar por unos minutos.  Emilia al oírla quedó sorprendida y evito la mirada de Juanita que parecía  decirle; ve que yo tengo razón. Emilia siguió trabajando como una autómata,   haciéndose  la loca y pensando;  de donde sacó esta niña todo eso de la sal y la pimienta, si ella nunca ayudó a la Abuela a hacer el Mondongo, porque no le gustaba comerlo,  y luego se preguntó, será ese el detalle que a mí me faltaba y por lo que nunca me quedo igual al de mi Mamá. En ese momento  sintieron un alboroto en el corral y cuando Camila salió, a ver que pasaba, Emilia vio desde la puerta de la cocina como un ganso que pasó aleteando al lado de su sobrina le alzaba, por unos segundos, la falda; tiempo suficiente para  le notara  la marca en la pierna. Emilia impresionada la espero en la cocina y sin decirle nada la tomó de un brazo y, a pesar de las protestas de Camila,  se la llevó al cuarto. Allí, toda nerviosa le preguntó; que tienes en la pierna, que marca es ésa. Camila, sin decir ni pío, le mostró la marca y el mechón  canoso en su nuca, el cual no se le notaba por la melena que usaba. Emilia tenia la boca abierta y los ojos saltados de la impresión. Entonces Camila le dijo; todo me lo descubrí a la semana de muerta mi Abuela. Alfonso está feliz, porque dice que así nunca la olvidaremos.  Pero, chitón, chitón, ésto no lo debe saber nadie, no valla a ser que Juanita salga espitada del susto y al Padrino le regrese el sonambulismo y, tomándola de una mano, le ordenó; vamos terminemos con el almuerzo que estamos retrasadas.
Esa noche, Emilia, que no salía de su desconcierto, tuvo que reconocer que Camila ya no era la misma y que en todo éso había una señal de que de allí en adelante Camila llevaría las riendas, como antes lo había hecho la Abuela. Así, que se convenció de que en él futuro, ambas; la Abuela y Camila vivirían mezcladas en la persona de Camila y que Alfonso tenía razón.    
Y así fueron las cosas.  Las cosas de ésta familia, a la que el pueblo llamaba la Familia Turpial, porque siempre soñaron dejar la jaula y ser libres como los pájaros del monte.


Zarelda P.  17/07/98.                     
                         
    

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