NO ESTA PROHIBIDO SOÑAR.
Creo
que si miráramos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas.
Flaubert.
NO ESTA PROHIBIDO SOÑAR.
CAPITULO I.
Un pueblo como muchos.
Este
era el pueblo natal de Camila y su Padrino Juan. Era un pueblo común y
corriente, de esos que abundan en el país. Pequeño pero muy bonito. De
agradable clima; pues se había desarrollado en
las faldas de una montaña y a un costado de un río, que en épocas de
invierno adquiría un gran torrente y que daba frescura a toda la zona, salvo en
los veranos muy intensos en los cuales
se secaba, pero ello ocurría muy raras veces porque casi siempre conservaba una
corriente de agua abundante.
En
un principio, eran sus gentes de costumbres muy severas, no en vano desde su
fundación, los frailes habían puesto todo su empeño en inculcar en sus
pobladores las virtudes cristianas; como decía el Padre Francisco, el cura del
pueblo. Pero con el tiempo esto se había modificado un poco, dado que fueron
asentándose en él familias venidas de otras regiones, quienes, paulatinamente,
fueron suavizando esa rigidez. Además, como en todos nuestros pueblos, las
creencias religiosas se mezclaban con la superstición y la brujería. Así, la
superchería estaba presente en las historias que corrían en boca de sus
pobladores, quienes, para curarse en salud, aparentaban que eran cosas de los
desocupados y malintencionados.
Era
una tradición que apenas llegaba un forastero, con la intención de radicarse en
el pueblo, y tan pronto como se regaba la noticia, se le ponía en antecedentes de las cosas
raras que en él sucedían. Estaba claro, para todo buen observador, que allí
pretendían atemorizar a los extraños, que éstos no eran muy queridos y que
debían ser muy cautelosos para poder tener la aceptación de los
habitantes del lugar. Había algo que hacía suponer que no querían fisgones, ni
ser escudriñados por extraños.
La
primera historia que oía todo recién llegado, hacía referencia a una señora que
tenía poco tiempo de radicada en el pueblo, y que se dedicaba a lavar la ropa de las familias; “lavar pa’ fuera”, como
se decía allí. Contaban los pobladores
que la señora, curiosa por naturaleza,
se aprovechaba de su oficio para andar de entrometida, intrigando y preguntando
todo sobre las familias que le encargaban sus ropas. Pues bien, un día en que
la señora estaba lavando a las orillas del río, muy cerca de donde vivía y del
puentecito que lo cruzaba, oyó unos gritos lejanos que venían de más arriba; de
allí donde el río hacía una curva en la zona más montañosa. Ella se quedó
escuchando un rato, pero como no oyó más nada, siguió lavando. Entonces,
comenzó una alharaca de pericos y guacharacas que alborotó a los animales del
monte y volaron, en una nube inmensa, toda clase de pájaros. De seguida escuchó de nuevo los gritos, pero
ésta vez, más fuertes y como de muchas personas y, cuando iba a correr hacia
allá, sintió un ruido muy fuerte, como un tremendo ronquido que venia bajando
de la montaña y a los pocos segundos sintió que el suelo se movía, temblaba.
¡Estaba temblando!. Entonces, comenzó a correr entre arboles que caían y
animales que huían, pero por más que corría y corría no llegaba al sitio de
donde venían los gritos, ni veía a nadie. Entonces, cansada y casi sin respiración
cayó de rodillas dentro del río y, en ese momento, una tromba de agua y vapor
que venía de la montaña la arrastró y se la llevó como en un torbellino. Nunca
más se supo de ella. Pero, los narradores aseguraban que por maluca se la había
llevado el “Taita del Río”, quien vivía en lo más alto de la montaña, donde
nace el río, y cuidaba que nadie le hiciera daño a su pueblo.
A
Camila siempre le había gustado su pueblo, con su plaza, tan bonita; la Plaza
Bolívar, rodeada de calles empedradas y de las casas más grandes y antiguas;
con sus tapias de colores alegres y sus portones que dejaban ver sus corredores
y patios internos. Con su iglesia, en la esquina norte, construida por los
frailes en los primeros años del pueblo, y que en un principio fue su convento.
De ellos el pueblo había heredado su nombre: “Frailejero”
Ahora,
el pueblo había crecido gracias al desarrollo de la agricultura y la ganadería.
Nuevas familias, a pesar de las consejas, se habían establecido allí. Atraídas
por la posibilidad de una mejor vida y se habían integrado poco a poco,
adoptando sus costumbres y tradiciones.
Entre las cosas que el tiempo y el desarrollo trajeron al pueblo estaban la
electricidad, los comercios, el acueducto, las posadas, el liceo, el
dispensario médico y el cine que hacía también teatro. En fin, el pueblo se
había transformado en una pequeña ciudad. La que fue la panadería de Felipe,
viejo amigo de la familia y enamorado de su Tía Emilia, desde siempre, ahora era
la Panadería y Pastelería “Don Felipe”, la barbería era, además, salón de
belleza y la casita donde su Padrino remendaba zapatos era la “Zapatería
Familiar”. Había nuevos barrios y habían construido un paseo a las orillas del
río.
CAPITULO
II.
La
Familia y sus enredos.
Camila
estaba feliz, había logrado su sueño. Ahora tenia 23 años y graduada de
Periodista, regresaba a su pueblo, ya no de vacaciones, con la ilusión, si la suerte la favorecía, de crear un pequeño periódico, o por lo menos, de trabajar en algo parecido.
Según,
le contaba su Abuela, la familia era oriunda de otra población, de la que se
habían mudado buscando mejores oportunidades. Los únicos que sí eran
de Frailejero, eran Camila y su Padrino
Juan, quien era hermano de su Abuelo y por quien se vinieron a vivir allí,
cuando quedaron solas, luego de la muerte del Abuelo.
Ella,
la Abuela, había decidido la mudanza cuando Consuelo, su hija mayor y Mamá de
Camila, estaba embarazada y Emilia la menor tenía 10 años.
Desde
el principio vivieron solas en la casa, situada en una calle lateral a la
plaza, que el Padrino les había comprado con los realitos que les dejo el
Abuelo. Allí, creció Camila y desde
chiquita ayudaba a su Abuela, después de
cumplir con sus deberes escolares, en la pequeña tienda de mercería y costura,
que ésta había establecido en la parte delantera de la casa, y en la venta de
los dulces y granjería criolla que preparaba Emilia.
Con
el tiempo fueron arreglando la casa y la tienda. Y luego de la muerte de Consuelo, se mudó con
ellas el Padrino, quien por su padecimiento no debía vivir solo. Según la
opinión de la Abuela, era muy peligroso que estuviera sin los cuidados
necesarios para su recuperación.
Desde
que murió su Mamá, cuando apenas tenía siete años, Camila no había pasado
muchas dificultades, porque su Abuela había hecho lo posible por darle una vida
sin muchos sobresaltos. Ella, su Tía Emilia y su Padrino Juan eran su única
familia, por lo menos, la que ella conocía. Desde pequeña quiso saber de su
Papá, pero siempre le dijeron que cuando creciera sabría sobre él.
Y
había crecido, había madurado, no sólo por la edad sino por los estudios y la
experiencia de la vida en la ciudad. Ya no era la niña tonta que se entristecía
por los comentarios que hacían en el pueblo sobre su nacimiento y la ausencia
de su Papá. Su actitud había cambiado,
ya no se sentía menospreciada por las
sandeces de las familias encopetadas del pueblo y además, cosa que la había
ayudado mucho; los nuevos vecinos no eran tan severos.
Su
carácter ponderado y ecuánime le había permitido sobrellevar y esperar,
pacientemente, por la aclaratoria de esa situación, a la que, tal vez, le
estaba llegando el tiempo de su explicación. Sin embargo ese algo misterioso en
sus orígenes había marcado su vida. Siempre estuvo clara en sus objetivos, pero había algo que se le
esfumaba, como sí en el futuro no pudiera verse ni sentirse.
Camila
fue muy buena estudiante, según, lo confirmaban las Lozada, primas acomodadas
de la Abuela, y en cuya casa se alojó desde que fue a la ciudad para terminar
el Bachillerato y estudiar en la Universidad. Le gustaba mucho leer, era de
ideas revolucionarias y muy independiente, cosa que horrorizaba a la Abuela;
quien pensaba que se le parecía bastante
y que por esa forma de ser iba a sufrir mucho. Era muy alegre, a pesar
de su carácter, disfrutaba de las cosas sencillas y había en ella algo así como
un gesto placido ante la vida, que disfrazaba muy bien su tenacidad y entereza.
Físicamente era delgada, de estatura mediana, de piel más bien clara, de ojos y
pelo negro y de fisonomía graciosa, que
recordaba un poco a su Mamá.
La
Abuela fue siempre el motor de la familia, era su fuente de estímulo y
superación; una mujer hermosa, de viva inteligencia; llena de intuición, amante
de la lectura, dinámica ama de casa y diligente negociante. Era de estatura
pequeña, pero de gran espíritu y coraje. Su empuje era tal que no le importó
separarse, primero de su hija Consuelo y luego de su única nieta, Camila, para
que estas fueran a estudiar a la ciudad, ni de su menor hija, Emilia, quien
hizo de acompañante de su sobrina, por un tiempo. La Abuela era de carácter algo fuerte, pero muy comprensiva y solidaria;
como ella decía “a la familia con razón o sin ella”. Sus ideas liberales,
avivadas por sus lecturas y contrarias a toda opresión política, le venían
desde los tiempos de Gómez, cuando, era pequeña y su familia fue despojada de
sus tierras y con dolor, y esa rabia que da la
impotencia, tuvieron que dejarlo todo. Luego, cuando ya joven y casada,
esas ideas fueron compartidas con su esposo, quien también había sufrido por el
yugo de Juan Vicente Gómez; como la mayoría del pueblo venezolano. Ella era de
Yaracuy y siempre recordaba como de la casa del gobernador del Estado, en San
Felipe el Fuerte, salían las comitivas, para Maracay, cargadas con los
frutos y pertenencias de las familias que por una razón u otra eran
desposeídas de sus bienes.
Su
ideología y la conducta recta que marcaron su vida, estaban aliñadas por su
proverbial intuición. La que le
permitía conocer en seguida
a las personas; su forma de pensar o
la intención oculta en sus palabras. Era como si pudiera conocer
verdades en forma inmediata o presagiar
situaciones; decía, con cierto temor, Emilia.
Para
Emilia, quien era muy diferente; de carácter apacible, soñadora, sentimental,
muy generosa y abnegada, era muy difícil comprender del todo a la Abuela. Tanto
era así, que a veces, la Abuela la reprendía diciéndole que vivía en una nube
alejada de la realidad. Pero ella le respondía que a la verdad no sólo se
llegaba por la intuición; que había que usar también la razón y que aunque ella
no tenía mucha intuición si usaba muy bien su razonamiento. A lo que la Abuela
la miraba con cierta condescendencia y con una
sonrísita socarrona, se decía a sí misma; tan mansa no es. Es bueno que
sepa defenderse, me gusta cuando muestra ese genio y de seguida se alejaba muy
complacida.
Emilia
había estudiado contabilidad, cuando fue de acompañante de Camila a la capital,
mientras esta terminaba su Bachillerato, por eso era la encargada de las
cuentas de la familia, pero en realidad lo que a ella le gustaba era la cocina.
Como todos los antiguos residentes del pueblo, Emilia era muy creyente, por eso
recordaba muy bien que a Consuelo no le gustaba mucho ir a misa, cosa que
ocultaba a su sobrina, cuando ésta le preguntaba por su Mamá, según ella, para
que no se sintiera apoyada en su rebeldía. Lo que sí le contaba era que había
sido una mujer bonita, talentosa; muy
aguda y graciosa, de respuestas rápidas y acertadas. Que se había casado muy enamorada, con un amor puro y
apasionado, tal como se esperaba de ella; por su manera de ser tan vivaz y
entusiasta. Y así, cada vez que Camila la interrogaba, ella le contaba todo, o casi todo lo que ella
recordaba de Consuelo. Pero, cuando le preguntaba por su Papá, lo único que
podía decirle era que no había llegado a conocerlo, porque cuando ellos se
casaron, al poco tiempo de noviazgo, Consuelo estudiaba en la capital y la Abuela estaba un poco enferma por lo que
no pudieron ir. De todas formas ella era muy pequeña para recordarlo todo, le aclaraba. Entonces, continuaba; antes de que
ellas pudieran viajar, regreso Consuelo, ya embarazada de dos meses y les dijo
que su esposo vendría, cuando le dieran licencia en el ejército. Después, pasó
el tiempo, se mudaron a Frailejero y él no apareció, pero Consuelo recibía, de
vez en cuando, sus cartas, las que nunca le mostró. Lo que sí llego a ver fue una fotografía en que
aparecían los dos y en ella se veían muy enamorados. Según esa foto su Padre
era mucho más alto que Consuelo, delgado pero fuerte, con un bigote a lo Jorge
Negrete y de ojos grandes, que en la foto se veían como claros. El que si lo
había conocido era su Padrino, quien si estuvo en la boda y acompañó a Consuelo
cuando regresó al pueblo.
Pero,
cuando ambas le preguntaban al Padrino, él les decía que eran cosas muy
tristes, de las que mejor era no hablar. Cosa nada rara en él que era hombre de
pocas palabras. Lo único que sí les decía era que se llamaba Miguel Camilo y
que Camila no llevaba su apellido porque su Padre se había quedado con los
papeles del matrimonio y como nunca llegó, la presentaron con el apellido de su
Mamá.
Por
mucho tiempo esto fue lo único que supo Camila de su Padre. De todas formas
ella como toda niña, no daba gran importancia al asunto, pero ya más grande su
Abuela la había convencido de que llegaría la hora en que la vida la haría
conocer todos los detalles sobre sus padres. Y la vida lo dispuso en el momento
más imprevisto.
CAPITULO
III.
Las
noticias.
Días
después de la llegada de Camila a Frailejero y para celebrar su graduación, la
Abuela y Emilia organizaron una reunión a la que fueron invitados los amigos,
los vecinos más allegados, y los
compañeros de Camila en la Universidad; quienes vendrían de la capital.
Emilia,
quien tenía fama de buena cocinera, preparó los entremeses y para la comida
varias de las recetas que más le elogiaban: Asado Negro Criollo, Repollo
Gratinado, Arroz Verde, Bollos Pelones, Ensalada de Aguacate, Buñuelos de Yuca,
y Torta de Plátano, y para los postres
Torta Melosa, la que más le gustaba hacer por ser, según ella, la preferida del Libertador, Manjar de Naranja
y Quesillo.
Cuando
estaba más atareada, Flor, su amiga, quien vivía en la casa de al lado, se
vino a echarle una manito, atravesando
la empalizada, como era su costumbre, cuando Emilia estaba en la cocina.
La
cocina de la casa quedaba al fondo y daba al corral, donde la Abuela criaba sus
gallinas, cochinos y los gansos que habían sustituido a Bravo, su perro, que la
había mordido, dejándole una marca en la pierna y que había muerto de viejo en
año anterior.
El
fogón lo prendía la Abuela muy temprano en la mañana, para prepararse su
guarapo, el te mañanero del Padrino, el cafecito para los demás y el desayuno. El fogón permanecía encendido todo el día, para que
Emilia preparara el resto de las comidas.
Del
arreglo de la casa se ocuparon Camila y Finita, su compañera de travesuras que
vivía al frente, casi llegando a la esquina. En cuya casa funcionaba la
barbería, a la que ella había agregado el salón de belleza, y donde trabajaba,
desde que hizo el curso de peluquería, con sus padres.
La
Abuela junto a Juanita, la muchacha que la ayudaba en las labores hogareñas, se
dedicaron al arreglo de la ropa que usaría la familia en la reunión. Juanita
lavaba y planchaba con gran destreza, pero en la cocina no era muy buena, por
eso su novio, Tomas, le insistía en que aprendiera con la señorita Emilia, que
aprovechara bien el tiempo que pasaba con ella en la cocina; porque eso de
andar bien limpio y planchado era de gente decente, pero como decía su jefe Don
Felipe; amor con hambre no dura.
Camila
decidió que la comida se sirviera en el corredor de atrás, porque era más
fresco y el lugar más adecuado para recibir a tantas personas. Por eso le pidió
a Tomas, que la ayudara a armar y colocar el mesón hacia donde daban de las matas de aguacate.
Cuando
estaban en estos preparativos, la Abuela
se enteró, por boca de Don Eduardo, quien llegó acompañado por su hijo Gustavo;
el novio de Finita, y de un amigo de
éste, Alfonso, que estaba de vacaciones en el pueblo; de la muerte de un ex
militar, quien había sido herido en Pariaguán, cuando acompañaba a un dirigente
político, asesinado el 11 de junio, en la curva del Jobo, cerca de San Juan de
los Morros. La muerte del dirigente había sido reseñada en la prensa en un
comunicado oficial de la Policía Nacional, como producto del rechazo de una
“agresión a un vehículo oficial”. Pero de la muerte del ex militar no se
publicó nada, sólo se había sabido ahora, por contactos políticos, que había
sido trasladado a una población cerca de San Sebastían, donde, tiempo después,
falleció a causa de las heridas recibidas.
Con
una noticia como ésta, el ánimo de la Abuela decayó, a tal punto, que pensó en
suspender la fiesta. Pero, después de hablar a solas con Don Eduardo, desistió de ello y dejó que se continuara con
todo, porque, según él, la noticia se había corrido como reguero de pólvora y
no era conveniente ponerse a dar
explicaciones y exponerse a suspicacias.
De
la conversación, sacó en claro, aunque él no lo dijo abiertamente, que Alfonso
era un activista de la resistencia contra la dictadura.
Ella
que siempre se había cuidado mucho de que llegará a comprobarse su apoyo a los rebeldes, cosa
que hacían, discretamente, muchas de las familias más antiguas del pueblo;
recordó lo sucedido cuando se supo de
la muerte de un dirigente, acaecida el 21 de mayo de ese mismo año, cuando
movida por la ira, cometió un descuido que generó habladurías de parte de esa
gente, que aunque ahora eran vecinos de Frailejero no eran de fiar. Lo que la mortificó mucho, porque siempre trató
de asegurarse de que sólo los comprometidos supieran de sus actividades, que
por lo demás sólo se limitaban a proporcionar comida y amparo a los
perseguidos. No era bueno para la seguridad de la familia que las autoridades
del pueblo se enteraran de esas cosas.
La
reunión transcurrió como se había planeado, todo quedó muy bonito y dentro de
un ambiente muy agradable, los invitados se retiraron complacidos con las
atenciones recibidas y la Abuela disimuló en todo momento su tristeza. Cuando
todos se hubieron retirado la Abuela le llevó su acostumbrado técito al Padrino
y Camila la ayudó a acostarse. Más tarde,
ya en la cocina, se sentaron Emilia, Flor, Finita y ella para tomar el
último traguito de ponche, después de haber dejado todo en orden. Conversaron
sobre lo ocurrido en la reunión; de la simpatía de los compañeros invitados de
la capital, y sobre todo del buen mozo de Alfonso, quien, según Flor, había quedado prendado de Camila, porque
durante toda la noche no le había quitado los ojos de encima y aunque no era
muy bueno bailando, no dejó pieza en que no la convidara.
Camila
se sintió como descubierta, porque a ella también le había gustado el joven,
desde que lo conoció esa tarde, antes de la fiesta. Pero no se dio por
aludida y prefirió hacerse la loca y cambiar el tema de la conversación
por algo que la intrigaba; la preocupación de la Abuela. Qué le había
dicho Don Eduardo, por qué había quedado tan afectada. Por más que hubiera
disimulado, ellas que la conocían tenían que saber que algo la había molestado.
Emilia,
que se había quedado pensativa, intervino para decirle que tuviera mucho
cuidado con esos jóvenes de la ciudad, que pudieran estar metidos en problemas
políticos, cosa que causaba grandes penas a sus familiares y amigos,
y ni que decir a las novias.
Camila
quedó sorprendida y le dijo; no te
entiendo Tía, qué tiene que ver Alfonso con política. Qué es lo que tú sabes,
además, qué es eso de novia.
-
Bueno, es que yo me estoy oliendo algo
raro, porque de eso, de las penas, yo sé mucho. Pero no me hagas caso,
seguramente son tonterías mías. Además ya es muy tarde, mejor nos vamos a dormir que mañana
hay mucho que hacer. Entonces, a pesar de las protestas de Camila, se despidió
dejándolas con la intriga.
Al
día siguiente Emilia evitó hablar a solas con Camila. Pero, ésta que había
notado la inquietud de su Abuela, sus conversaciones sigilosas con Emilia y,
sobre todo, la visita imprevista de Alfonso; para conocer mejor a la Abuela,
antes de marcharse a la ciudad. No perdió la oportunidad de abordarlas, cuando después de la misa de 11, a la que no
faltaba la Abuela y a la que su Tía la acompañaba, se sentaron en el corredor a
refrescarse un poco y a tomar el jugo de parchita, que les preparaba el
Padrino, quien por no ir a misa y para que la Abuela descansara un poco, se
encargaba del desayuno de los domingos. En esos días se atrasaba un poco el
almuerzo, porque Emilia sólo se acercaba a la cocina después de la charla que
solían mantener los tres, para comentar los últimos sucesos del pueblo.
Entonces, Camila sentándose, en el mecedor al lado del Padrino y frente al sofá
que ocupaban su Tía y la Abuela, les dijo: aquí se está muy bien, Abuela, tus
plantas están lindas, las matas del corral frondosas, no provoca alejarse de este corredor, pero,
Abuela, eso es más que sabido, por qué
no cambiamos de tema y me dicen qué está pasando aquí. No creen que ya estoy
bastante grandecita, como para que me excluyan de los problemas. Yo sé que algo
pasó el día de la fiesta, desde entonces, Emilia me ha evitado y antes hizo un comentario muy raro. Tú, Abuela, has
tenido conversaciones extrañas con ese Alfonso y el Padrino está más callado
que nunca. No me lo pueden negar, díganme por Dios que está pasando.
La
Abuela la miró no con sorpresa porque sabía que su nieta no era tonta, pero sí
con cierta indecisión. Así que le contó lo de la muerte del ex militar y
agregó: tengo que verificar la identidad de la persona muerta, para poder
aclararte todo ese asunto. Y continuó; lo único que puedo agregar, sin faltar a
la verdad, es que desde que se casó tu Mamá he estado vinculada a un grupo de
oposición a la dictadura, que trabaja desde aquí, desde Frailejero y que
nuestros dirigentes han mantenido en secreto, para no perjudicar a las familias
y por lo cual hemos sido muy recelosos con los nuevos vecinos del pueblo. Tu
Padrino es participe de todo, pero a Emilia sólo la hemos dejado saber ciertas
cosas. Ella no tiene idea de quienes conforman el grupo, ni de como actuamos, sólo nos ha ayudado en
pequeñas tareas. Bueno, hija, esa persona que murió, puede haber sido una del
grupo. De todas formas te prometo que cuando esté segura de lo ocurrido, te contaré todo, con
pelos y señales. Y siendo así la situación, les pido discreción con este
asunto, que es muy delicado, y a ti Emilia, perdón por todo lo que te he
ocultado, mi única excusa es que lo hice por tú bien.
Emilia
la miró, y sonrió, haciendo un gesto entre comprensivo y cómplice, pero no dijo
nada.
Camila,
que se había quedado pensando le dijo; eso de tu ayuda a la resistencia ya lo
suponía, es más, creo que todos en esta casa lo presumían y hemos ayudado a la
calladita sin que tú misma lo notaras, además, la otra noche Emilia dijo algo
que me pareció como una evidencia. Pero está bien, esperaré a que me lo digas
todo, cuando lo creas conveniente. Sin embargo, Abuela, no esperes mucho,
porque, como vez estoy atando cabos.
-
No, hija; no se ponga de preguntona por
hay, mire que puede complicar las cosas. No, Abuela, le dijo Camila, yo sólo
oigo, ato y callo. Pero, de todas formas aquí hay algo más que ese asunto,
porque te he visto cuchichando con Emilia, y eso debe ser algo que ella si
conoce, y muy bien.
Emilia
no escuchó las últimas frases, porque se había distraído pensando en sus amores
no resueltos por todas las cosas que habían pasado; la muerte de Consuelo, la
enfermedad de la Abuela, por el dolor de perderla, las complicaciones económicas
de la Abuela y de Felipe y todo aquello que había significado que ella, casi
sin darse cuenta, fuera posponiendo su matrimonio.
Camila,
viendo que Emilia estaba como ausente, le preguntó sí ella tenía algo que
agregar y Emilia, como saliendo de su nube, esa que le atribuía la Abuela, sólo
le dijo; pienso que tu Abuela tiene razón, todo se hará a su tiempo.
De
repente, sintieron un alboroto que venía de la calle, era como un estrépito de
carreras y voces que gritaban; “¡corre, corre, muchacho, corre..!” De golpe
cesó, casi por completo, el escándalo y se oyó otra voz que decía; “Vagabundos.
Sinvergüenzas. Los voy a enseña a sé hombres de verdá, van a aprendé a respetá
la autorida.”
Todos
corrieron al zaguán para ver que sucedía, pero sólo llegaron a ver como dos
policías se llevaban, a rastras, a dos muchachos, que por sus ropas se veía que
eran de los barrios más pobres. Y cuando ya estaban a media cuadra, uno de los
jóvenes se soltó y emprendió veloz carrera, gritando; “la recluta, la recluta.”
Pero, el policía que lo siguió, lo alcanzó y dándole con el rolo se lo llevó. Lo esposaron con el otro muchacho y golpeándolos se los
llevaron hacia la prefectura. Cuando se perdieron de vista, una vecina les dijo
que en la cuadra detrás de la prefectura estaba la jaula donde se los
llevarían, junto a los otros que ya habían agarrado en los poblados cercanos.
Todos
quedaron apesadumbrados, suponiendo que ni sus padres, ni sus amigos sabrían de
ellos, sólo se enterarían de lo sucedido por los vecinos, y después de mucho
averiguar lograrían saber en que cuartel los tenían sirviendo.
De
regreso al corredor, la Abuela dijo; sólo con suerte saldrán bien del cuartel,
allí la cosa no es jugando. El aprendizaje militar es muy duro y sí lo sacamos
por la forma brutal de la recluta a la fuerza, se podrán imaginar cómo es eso
de servir en el ejército.
En
eso llegó Pedro, hermano menor de Don Eduardo y amigo del Padrino, quien
regresaba de la capital, donde había ido a realizar unas diligencias para la
apertura de la Botica, que estaba instalando al lado del dispensario. De
inmediato comentaron lo sucedido y éste les dijo; yo creo que el servicio
debería ser voluntario, porque a los que no les gusta el ejército, salen de
allí sin ninguna preparación que les permita ganarse la vida. Así y todo, en
épocas anteriores era peor, porque a los reclutados en los barrios, se les
enfundaba una guerrera inmunda y una gorra de soldado, y con el pico al hombro
los llevaban a trabajar en las carreteras, por eso cuando se rumoreaba; “están
recogiendo gente para el ejército”, los padres y hermanos de esos humildes
muchachos, sabían que su ausencia era el
equivalente a un dramático destino. Pero, la cosa era distinta si el
muchacho era disciplinado y se portaba bien, porque lo mandaban al cuartel,
donde le ponían el uniforme y después de
un fuerte entrenamiento, estaba listo para disparar a cualquiera que se
opusiera al régimen, o lo mandaban junto a los millares que custodiaban la gran
hacienda del dictador.
Todos
estaban callados, impresionados por el relato. En eso la Abuela dijo; a sí
es, esas cosas ocurrían, pero, lo peor
es que los pueblos las soporten; porque a mi parecer no hemos mejorado mucho
que digamos.
Entonces,
intervino el Padrino diciendo; yo creo que, esos muchachos, que se acaban de
llevar, no eran de aquí, seguramente, los venían siguiendo de algún poblado
cercano.
Por
qué dice eso Padrino, lo interrumpió Camila.
Bueno,
hija. Lo digo por un solo detalle. Tú no recuerdas, que cuando eras
pequeña, y se formaban aquellos
zaperocos. Aquellos alborotos de muchachos y gente que gritaba; ¡el diablo, el
diablo!. Pues bien, se referían a los torbellinos de aire caliente, que se
forman en épocas muy calurosas, como en Semana Santa, y que arrastran polvo,
animales pequeños, arbustos, papeles, latas y todo lo que encuentran a su paso;
hasta niños o adultos, cuando son muy fuertes. Bueno, cuenta la gente, que un
día en que unos zagaletones estaban jugando metras en los esteros, que deja el
río cuando está casi seco, vino un torbellino y los arrastró un buen trecho,
dejándolos muy golpeados y asustados y, al rato, cuando fueron a ver sí
encontraban sus metras y las latas donde las guardaban, se dieron cuenta de que
faltaba uno de ellos. Así las cosas, lo buscaron largo rato, pero, al no
encontrarlo, avisaron a su Mamá, quien luego de mucho buscar decidió ir a la
prefectura, a notificar la desaparición de su hijo. Allí le prometieron que
harían lo posible por dar con su paradero. Pero, cuando iba de regreso para su
casa, una vecina que venía, toda llorosa, le dijo que la recluta se había
llevado a su muchacho, que nadie en el pueblo sabia que esa gente andaba por
ahí, por eso los muchachos estaban desprevenidos, y que guardara al suyo, para
que no corriera la misma suerte. Al oír esto la pobre mujer comenzó a dar
alaridos y a insultar a los de la
prefectura que la habían engañado. Por eso el pueblo tomo la costumbre
de llamar a la recluta; “el diablo” y desde entonces los muchachos de aquí no
gritan; “la recluta” sino “el diablo, el diablo”.
Luego
de un rato de silencio, Pedro, queriendo
animarlos un poco, les dijo que todo estaba listo para que en menos de un mes
pudieran contar con la Botica y que los esperaba el día de la inauguración.
Pero,
la Abuela, que estaba muy apesadumbrada, le preguntó; qué noticias traes de la
ciudad, porque yo sé que la cosa no está muy buena.
Pedro,
la miró y con gesto afligido, y les dijo; bueno, yo no quería seguir hablando
de cosas tristes. Pero, en la capital todo está en “orden”, según el gobierno,
sin embargo, la gente está muy atemorizada por la situación política que
estamos viviendo. Son muchos los presos y los torturados en campos de
concentración. Y los que han podido escapar están desterrados o son
perseguidos. La represión es bestial; las cárceles están abarrotadas, las
Colonias Móviles de El Dorado, destinadas al hampa común, llenas de presos
políticos, igual que en el siniestro campo de concentración de Guasina, de
donde se los llevaron para Sacupana del Cerro, allí sigue prevaleciendo el
trato inhumano de los esbirros del gobierno.
Con
un suspiro de dolor, casi con lágrimas en los ojos la Abuela se disculpo, para
ir un momento a su cuarto. Y, Pedro que la miraba, sintiéndose culpable por su
estado de ánimo, le dijo; perdóneme, yo sabía que no era el momento para hablar
de estas cosas.
De
seguida, la Abuela, controlándose un poco, le dijo; no te preocupes, hijo, que
la capacidad de aguante de millones de compatriotas está llegando a su limite,
según me informaron recientemente, ya existen brotes de disidencia conspirativa
en las Fuerzas Armadas. Creo que la Dictadura tiene sus días contados. Y se
alejó hacia su cuarto.
En
momentos como éstos, la Abuela, prefería retirarse a solas, para confortarse
con la oración y para pensar la forma de colaborar más activamente con la
resistencia.
Entonces,
Pedro se despidió, sin aceptar la invitación a almorzar que le acababa de hacer
Emilia, quien viendo la hora y deseosa de aligerar el dolor que todo eso le
causaba, se había parado para ir a la cocina.
CAPITULO
IV.
Tiempo
de revelaciones.
Ya
en la cocina, mientras preparaba lo que comerían en el almuerzo, Emilia siguió
rumiando sobre el asunto, pero luego, se entretuvo y comenzó a pensar, en lo
que siempre pensaba cuando cocinaba; sus amores a escondidas con Felipe. Le
parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo desde que se conocieron y se
enamoraron. Ella llegó a pensar que Felipe se cansaría de las excusas que
continuamente le daba para posponer el momento de decírselo a su Mamá. El
siempre quiso un compromiso corto; no deseaba esperar mucho para casarse. Pero,
ella preocupada por los demás y por todo
lo que sucedía en la casa, decidía esperar. Ahora las cosas eran distintas, era
el momento para resolverlo todo. Lo único que le preocupaba era la edad que ya
tenían ambos. No era ya demasiado tarde, se preguntaba.
El
día de la fiesta lo habían conversado. El ya no quería seguir esperando y
estaba seguro de que la Abuela lo sabía todo; ni que fuera gafa para no haberse
dado cuenta, después de todos estos años, le había dicho, medio enfurruñado.
El
había aceptado todas las disculpas de Emilia, además la situación económica no
había sido siempre muy boyante, como para garantizarle una vida cómoda. Así, a
él también se le había pasado el tiempo, pero, él no lo consideraba perdido;
puesto que sus vidas se habían mantenido unidas; siempre habían hallado el
momento para verse y sus encuentros en la casa de Flor, en el cuartico del
fondo que daba a la empalizada y por donde se escapaba Emilia, sin importar la
hora, porque le era muy fácil darse una fugadita, cuando todos pensaban que
estaba en la cocina; mantuvieron vivo ese amor, compartido con tanta
intensidad.
Largo
rato estuvo Emilia ensimismada, pero,
sus pensamientos fueron interrumpidos, cuando apareció Flor y le dijo que
Felipe la estaba esperando. Ella se apresuró y le dio instrucciones a Flor para
que continuara con lo que le faltaba por hacer y salió corriendo hacía la
empalizada. Cuando casi llegaba oyó que la Abuela la llamaba; hija que haces,
para donde vas tan apurada, le preguntó en alta voz. Emilia, que ya había
pasado por eso muchas veces y que presentía que su Mamá la estaba vigilando,
desde hacía tiempo, le respondió, como siempre hacía en esos casos; voy a
buscar unos huevos, tú sabes que Juanita, a veces, no los recoge todos y me hacen falta en la
cocina.
Flor
que oyó todo, rápidamente, comenzó a romper unos huevos y escondió la cesta
debajo de la alacena. La Abuela entro en la cocina y al ver a Flor le dijo;
muchacha, que haces aquí.
Ayudando
a Emilia, le respondió, ella fue a buscar unos huevos que nos hacen falta.
Un..ju... Yo creo que lo que esta buscando es lo que no
se le ha perdido, contesto la Abuela.
En
eso, entro Emilia diciendo; no hay más, tendremos que hacerlo con los que
tenemos y se puso a revolver una olla y, viendo que su amiga estaba muy
nerviosa le dijo; deja que yo termino con eso, creo que te llaman de tu casa.
Ve y sí puedes vienes a almorzar con nosotros. Te espero.
Mientras
Emilia hablaba, la Abuela fue hacia la alacena y viendo la cesta de huevos, le
dijo; cómo que no hay, mira aquí hay suficientes huevos, y Emilia, haciéndose
la sorprendida, contesto; no sé que me pasa, debe ser por el apuro que no los
vi y creí que sólo habían los que estaban en la mesa. Como el almuerzo está
atrasado y todos deben tener hambre. Iba
a continuar con su perorata, cuando la
Abuela la interrumpió, diciéndole; creo que ya es hora de que conversemos tú,
Felipe y yo. Y no me mires con esos ojos pelados; que ya todos estamos muy grandecitos para andar jugando a los
inocentes, o me van a oír y ni Flor se va a escapar de que la ponga morada, y
sin darle tiempo a responder, le soltó: tienes poco tiempo para resolver esa
situación, porque, sino, si es verdad que te vas a quedar para vestir santos. Y
dando media vuelta se fue hacia el corredor, donde estaba Juan, el Padrino,
leyendo la prensa de la capital, que le había traído Pedro, y muy sonreído, porque
no se había perdido detalle de lo
sucedido. Este, al verla le dijo; ten calma, que ellos ya están listos, pronto
celebraremos la boda de esos chorlitos.
Al
rato, cuando ya habían terminado de almorzar y recogían los platos, Flor,
aprovechando que los demás se habían ido a dormir la siesta, le preguntó a
Emilia; qué pasó, que la Abuela y tú estaban tan calladas, los únicos que
hablamos, durante el almuerzo, fuimos el Padrino y yo.
Emilia
echó una mirada alrededor, para verificar que no las escucharan y le contó lo sucedido, incluido el comentario del
Padrino. Ahora tendremos que arreglar las cosas, dijo, y continuo; qué pasó con
Felipe.
Bueno,
se fue cuando le conté el susto que pasamos, le informó Flor; creo que voy con
Pedro al cine de 7, por qué no vienes y le aviso a Felipe, para que conversen.
Emilia
estuvo de acuerdo, y le preguntó; cómo van tus cosas con Pedro, ustedes se ven
muy enamorados.
Flor
la miró con ojos de felicidad y le dijo; bueno, tú sabes que después que
terminé con mi primer novio, yo no quería saber nada de matrimonio y menos
después de la muerte de Papá, no podía dejar sola a Mamá, pero ahora que mi
hermana se vino a vivir aquí con su familia, estamos pensando arreglar todo
para casarnos en poco tiempo, después que la botica este funcionando.
Maluca,
no me habías contado nada, le dijo Emilia.
Es
que no quería que te sintieras mal, porque lo tuyo no se había arreglado
todavía, le contestó Flor.
Que
tonta eres, le dijo Emilia, pero ya vez que sí Dios quiere todo se va a arreglar.
Efectivamente,
las cosas se arreglaron, pero fue muy difícil convencer a la Abuela de que sus
amores no tenían tanto tiempo, porque
Emilia se empeñó en decir que era cosa reciente; para que no se sintiera
culpable de su aplazado noviazgo. Luego de largas discusiones se dispuso el
matrimonio para el mes de diciembre, aprovechando las fiestas.
Días
después, la Abuela se sintió mal y se quedó en cama y para que no se
preocuparan les dijo a todos que sólo estaba cansada.
Emilia
le llevo el desayuno y se dedicó a atenderla, pero la Abuela insistió en que
estaba bien y en que la dejara dormir un poco más.
Al
rato, ya sola en el cuarto y en penumbras, comenzó sus oraciones del día y de
repente sintió que alguien estaba a su lado y oyó una voz que le dijo; soy yo, Manuel Camilo. No se
esté preocupando por mí, ni por el noviazgo de Camila. Pero, tenga cuidado con
un hombre que ha llegado al pueblo. En eso, cuando estaba concentrada en la voz,
se oyó un grito en la calle que la sacó de su ensimismamiento y la voz se fue.
La Abuela, muy conmovida, continuó sus oraciones. Después se levantó, se vistió
y salió, sigilosamente, sin que nadie lo notara, hacia la iglesia. Ya en la
iglesia, cuando estaba orando frente al Sagrado Corazón de Jesús, sintió un
escalofrío, que le recorrió todo el cuerpo, entonces, voltio hacia donde venía un aíre muy frío y
vio, parado en la puerta lateral, al cuñado de Flor, quien le sonreía con aíre
burlón. Ella le sostuvo la mirada y él se marchó. Ese hombre no le había
gustado desde el momento en que, recién
llegado a Frailejero, Flor lo había llevado
a su casa.
La
Abuela, estuvo un rato más rezando, hasta que se sintió calmada y luego se fue
a su casa.
Cuando
llegó, todos estaban angustiados, por su salida intempestiva, pero ella intentó
calmarlos diciéndoles que estaba
perfectamente bien y que sólo había ido a la iglesia.
Pero,
Camila, con cara de disgusto, le dijo; eso no se hace Abuela, ha debido avisar.
Se imagina sí le hubiera sucedido algo y nosotros sin saber donde estaba.
La
Abuela, con cara de arrepentida, y después de darle un beso, se fue a su
habitación y desde allí, llamó a Emilia, y le contó lo sucedido.
Emilia
quedó apesadumbrada. Que pasaría, ahora, con su amistad con Flor, se preguntaba.
Porque las premoniciones de su Madre casi
nunca fallaban y Flor, además de ser su amiga, era quien se había
arriesgado por sus encuentros con Felipe.
Entonces,
la Abuela que la conocía muy bien, interrumpió sus pensamientos, preguntándole;
si en los planes de Flor estaba mudarse para la botica con Pedro y sí ese
hombre y su mujer se quedarían en la casa de la Mamá de Flor, es decir al lado.
Emilia,
le respondió que así era y se quedó
pensando. Estaba sorprendida; cómo se enteró de todo, se preguntaba; cuando, la
Abuela, haciéndose la que no había notado su actitud pensativa, le dijo;
entonces, todo está resuelto, porque vamos a mandar a hacer una tapia en ese
lado del corral y después la extenderemos por todo el fondo para evitar
suspicacias.
Días
después, la pared estaba lista y Flor que había venido insistiendo en que no
entendía él porque de esa tapia, sino era por lo de los encuentros, llegó con
la noticia de que en la madrugada habían venido unos hombres preguntando por su
cuñado y que después se habían ido todos juntos, y además, cuando, en la
mañana, había ido con su Mamá a la iglesia, porque estaba muy angustiada, se habían enterado,
por el Padre Francisco, de que al sacristán se lo habían llevado unos hombres
al amanecer. Como ya repite la gente “sin pasar por go ni cobrar
doscientos”
Después
que se fue Flor, con su recomendación de que no hablaran con nadie sobre esa
historia, hasta que no averiguaran quienes eran esos hombres. Emilia le contó
lo sucedido a la Abuela y al Padrino.
El Padrino se preocupó, porque podían hacerle daño al sacristán y además porque él conocía las
actividades secretas del grupo y las
cosas podían complicarse, pero, la
Abuela les dijo que no había que angustiarse, ya que sí el sacristán era en
realidad la persona que ella creía que era, todo saldría bien; no hay nadie
mejor que él para hacerse el tonto, agregó.
En
la noche, antes de acostarse, la Abuela preparó y le llevó al Padrino el
técito; el mismo que le había mejorado muchísimo el problema de sonambulismo. Este lo tomó sin protestar y le dijo que no
se alarmara; que se sentía tranquilo,
porque sabía que ella le daba a tomar un
té algo diferente, el té aliñado; como lo llamaba él, cuando presumía que estaba angustiado. En
verdad, así era; cuando todo estaba bajo control el té era simplemente de Tilo
o Torongil, como lo había indicado Misia Tomasa, la antigua yerbatera del
pueblo, pero para los días en que el enfermo estuviera más intranquilo debía
agregársele otras yerbas. Al recomendarlas ésta contó que Santa Ana le dijo un
día a su prima; esta Yerba es Buena y la prima le había contestado; esta es
Mejor Ana. Por eso, desde ese día, se las llama así: Yerbabuena y Mejorana y
por eso Dios les dio propiedades especiales a esas yerbas, que deben ser usadas
con mucha fe. Pero, además, Misia Tomasa recomendó que más nunca volviera a tomar café y que se le diera todas
las noches una ensalada de lechuga,
cebolla y ajos.
El
sonambulismo del Padrino, motivó que la Abuela se lo llevara a vivir con ellas,
porque era muy peligroso, no sólo por la enfermedad sino para la familia, que anduviera por ahí caminando dormido y
hablando de todo lo que le sucedía
durante del día. Después de la muerte de Consuelo y cuando se formó el grupo
de apoyo a la resistencia, se le
presentó ese padecimiento al Padrino, pero en el pueblo, las malas lenguas,
decían que eso era una excusa para escaparse del arresto en que lo tenía su
mujer, por parrandero y mujeriego. La cosa se puso tan seria que la mujer lo
abandonó, diciendo que estaba loco y que ella no iba a seguir aguantando esa
mecha; de ni siquiera poder dormir por estar cuidando que no se le escapara a
sus vagabunderias. Así que la Abuela aprovecho la ocasión para mudarlo a su
casa.
El
Padrino pensó que sería por poco tiempo, mientras se curaba, pero con el tiempo
se fue acostumbrando a los cuidados y sobre todo a estar cerca de su familia,
quiénes además de quererlo, habían logrado que pusiera orden en su vida y en su
trabajo, hasta el punto de transformarlo de zapatero remendón en administrador de la Zapatería Familiar, donde
todos habían invertido esfuerzo y recursos para hacer de ella la mejor de la
zona.
Por
su mejoría el Padrino podía, ahora, hacer
una vida normal y las pocas veces que salía de noche regresaba temprano
pidiendo su tecito aliñado, cosa que le gustaba mucho a la Abuela, porque así
todos podían dormir en paz y al día siguiente madrugar en sus labores
cotidianas.
Meses
después, ya en noviembre, Alfonso regreso
al pueblo y fue a visitar a la familia, pero sólo la Abuela estaba en casa,
trayendo la noticia de que había
circulado un manifiesto firmado, por un dirigente político en San José de Costa
Rica, el 13 de septiembre, llamando a estructurar un frente de liberación. La
Abuela se quedó pensativa y antes de que pudiera decir nada, Alfonso continuó;
y otra cosa, se acuerda de aquel asunto del ex militar que murió, pues bien, me
informaron, la semana pasada, que lo habían identificado como Manuel Camilo Rosas,
o Rojas, no me recuerdo muy bien el
apellido, un revolucionario que a partir del 24 de noviembre del 48, como
consecuencia de la caída del presidente, se había unido a la lucha por la
democracia.
A
la Abuela casi le da algo, pero se dominó para no evidenciar ante el joven su
espanto y tristeza por la muerte del padre de su nieta, cosa que ya suponía,
pero que de todas formas le dolía.
Alfonso
se quedó callado, mirándola con cierta extrañeza y,
pensando que la Abuela le tenía algo de desconfianza, le dijo; no se
preocupe Abuela, estoy autorizado por Don Eduardo para hablar de estas cosas
con usted, cuando esté sola. Además
todos estamos en esto por debajito, o no.
La Abuela no respondió pero cuando Alfonso se hubo marchado se dijo:
anda la procesión por dentro, pueblo chiquito infierno grande, vamos a tener
que cerrar el pico.
Cuando
regresaron Emilia y el Padrino, que habían pasado la mañana con Camila haciendo
unas diligencias para alquilar un pequeño local, donde ésta quería instalar una
libreria y tarjetería y donde pudiera comenzar con una hojita de noticias
locales, le dijeron a la Abuela, que Camila se había quedado un rato con Finita
y que las noticias eran malas por que el sitio era muy caro. Entonces ésta les
dijo; lo mejor que podemos hacer es reformar la tiendita y abrir otra puerta,
para que funcionen los dos negocios aquí mismo en casa. Vengo pensando en eso
desde hace un tiempito y, ahora, creo que Camila estará mejor cerca de
nosotros; porque las cosas no estan muy buenas que digamos.
Por
qué dices eso Abuela, le pregunto Emilia y en seguida la Abuela les contó todo
lo dicho por Alfonso.
Inmediatamente
Emilia se puso muy triste y el Padrino dijo; llego la hora de hablar con
Camila, de todas formas no hicimos sino seguir las instrucciones de Consuelo,
para protegerla y para evitarle las continuas requisas y huidas sí hubiera
permanecido con su Papá, quien además de estar de acuerdo, según ella misma
dijo, no podía tener impedimentos para sus actividades y movimientos.
La
Abuela quien siempre pensó que eso era
lo correcto, decidió que esa misma noche hablarían con Camila.
En
la noche, después de la cena, cuando sentados en el corredor, esperaban para
hablar con Camila, quien aun no había regresado de casa de Finita, llegó,
sorpresivamente, el Padre Francisco y les soltó la noticia de que había llegado
al pueblo una comitiva y que velozmente, el teniente sin ninguna consideración,
entró a la iglesia y le ofreció soltar al sacristán si le daba los nombres de
las personas del pueblo que ayudaban a la resistencia.
A
pues. “Bueno es cilantro pero no tanto”, dijo el Padrino; aquí no ganamos pa’
sustos. Y usted que le dijo, le pregunto al Padre.
Bueno,
me hice el tonto y le dije que los que se ocupaban de eso se habían marchado
del pueblo, desde que se había regado la voz de que iban a intensificar la vigilancia por causa de los borrachos
revoltosos. Entonces, me pidió que se lo jurara, pero yo le dije que no podía
porque eso era pecado y que creyera en
mi palabra. Al final se fue, no muy convencido, pero al rato vi que se marchaba
la comitiva y esperé hasta ahora para venir a contarles y pedirles que tengan
mucho cuidado con lo que hacen y a quien reciben; por cualquier cosa.
Bueno,
Padre, gracias por avisarnos, pero no tenga cuidado, que vamos a estar alertas,
le dijo la Abuela.
Así
es, hija, dijo el Padre, pero por sí acaso; yo vine está noche para encargarle
a Emilia la comida que debo obsequiar al Obispo, que viene el domingo para la
Confirmación de los muchachos.
Al
rato, después que se había marchado el Padre, llegó Camila diciendo que había
pasado todo el día con Finita, para alegrarse un poco. Ya sabes lo del local,
verdad, le dijo a la Abuela y continuó;
bueno, y después fuimos al cine con Gustavo y Alfonso. Ya saben que está aquí
de nuevo, preguntó y sin esperar respuesta les pidió la Bendición y se fue a
acostar, porque estaba muy cansada.
La
Abuela, muy sonreída, por el alivio de no tener que hablar con Camila esa noche
y porque a pesar de todo ella había pasado un día entretenida con su amiga, le
dio la Bendición y después de hacerle el té aliñado al Padrino se fue ella
también a dormir.
Dos
días después se apareció el sacristán y le contó al Padre que cuando lo secuestraron
lo llevaron a una prisión, donde lo interrogaban por horas y que luego, cuando
al fin lo soltaron, le dijeron que lo hacían porque el gobierno no quería
problemas con la iglesia, por eso lo habían traído hasta la encrucijada, a la
entrada del pueblo, de donde se había venido caminando. El Padre, después de
oírlo, le dijo; eso es verdad, hasta hay un ministro que dice que enredarse con
la iglesia es pavoso y de seguida le
preguntó; y tú que les dijiste. A pues, Padre, que les iba a decir, que no
sabía nada, que en este pueblo a nadie le interesaba la política, que aquí lo
único que le importaba a la gente es su trabajo y vivir en paz, que yo me ocupo
de la sacristía, donde antes vendía medicinas
y que ahora voy a trabajar en la botica, le respondió el sacristán.
La
noticia se regó como pólvora en el pueblo, porque, entre los que trajeron al
sacristán, había sido identificado, por unos vecinos, el cuñado de Flor, y por supuesto,
inmediatamente, comenzó el rumor de que éste era un esbirro del gobierno.
Inmediatamente comenzó el acoso de los vecinos, para que el sacristán; el viejo
Manuel, les contará lo sucedido, pero, éste, que había iniciado su trabajo en
la Botica, se los quitaba de encima diciéndoles, que si seguían con la
“neceda”, se los iban a llevar a todos, porque andaban buscando a los lazados y
que se pusieran ojo avizor, porque por allí, cerquita, estaba el cuñado de
Flor.
Los
siguientes días los pasó Camila en los arreglos de ampliación de la tiendita;
la librería ocuparía lo que ahora era la
sala. La Abuela la había convencido de que esa era la mejor solución, ya que no
habría que pagar alquiler, y que el corredor
haría las veces de recibo y además era mucho más agradable y espacioso,
así que no había porque hacerse problemas por eso.
Alfonso
no le perdió pisada, estuvo con ella en todo momento, la ayudo a buscar a los
hombres que harían la pared, a mover muebles,
a pintar y a arreglar todo, cuando ya la construcción estuvo concluida.
En
su compañía estaba cuando llegaron Finita y Gustavo a recordarles la
invitación para ir a la Botica, donde estaba Flor y quería que todos
fueran al brindis, por la inauguración, que se haría sólo con ellos y su
familia. En seguida corrieron a arreglarse y quedaron en verse en el sitio.
Emilia
que había preparado: tequeños, dedos de señora, chicharroncitos, hayaquitas
aliñadas y mini tostones, para acompañar
los traguitos y un Bizcochuelo Borracho y dulce de Cabello de Angel, para el
final de la velada, ya había salido
para allá acompañada por Felipe, quien había obsequiado la bebida, el Padrino y la Abuela.
Esa
noche, se llevaron una gran sorpresa, porque ante la mirada asombrada de todos
llegó el Juez de la Parroquia y casó por lo
civil a Pedro y a Flor. Nadie
había sabido que esa boda se realizaría, sólo Emilia y Felipe fueron cómplices del asunto. Ante el hecho
consumado, el Padre Francisco exigió que
en menos de dos semanas se efectuara la boda religiosa y en efecto, así fue, a pesar de la complicación
que se presentó por el disgusto de los hijos de Pedro, quienes solo se
enteraron el mismo día, ya que todo se había mantenido en secreto, a petición
de los nuevos esposos. Los problemas con los hijos comenzaron cuando se
enteraron de los amores de su padre, ya que ellos consideraban que su Papá
estaba muy viejo para eso y además, no era justo que ellos tuvieran que
compartir sus bienes con una mujer que no era su Mamá, que por cierto sólo
tenía un año de muerta. Pero los novios decidieron que no harían caso de nada y
estaban preparados para enfrentar juntos todos los problemas que vinieran. Por
lo cual después de la boda no hubo Luna de Miel, sino un mes después, cuando
los “niños malcriados” fueron a pasar las Navidades en Merino, con su Tía Ana.
Con
tanto romanticismo en el ambiente, Alfonso se decidió y le declaró su amor a
Camila, ella después de aceptarlo, toda
llena de felicidad, se lo comunicó a la
familia, diciendo; ahora lo único que
falta es el matrimonio de Emilia, el de
Finita y el mío, para que la dicha sea completa. En eso estaba pensando, cuando
la vida, que no se cansa de dar sorpresas, la sacudió de nuevo.
La
Abuela se puso mala, venía sintiéndose mal por varios días, por eso la llamó y
le contó toda la historia de su padre, diciéndole que se había tomado unos
días, después que supo de su muerte, para verificar la noticia, y que su padre,
a pesar de sus andanzas, siempre quiso conocerla y la había querido mucho,
prueba de ello era que le había llegado una encomienda de él, a través de Don
Eduardo. Está allí en mi cómoda, tómala y después continuamos hablando.
Camila
muy conmovida, tomó el paquete y se fue a su cuarto, donde permaneció por
varias horas. Leyó, entre lagrimas, varias veces, las cartas, que venían en la
caja, donde le decía que siempre estuvo en contacto con la Abuela y recibía
noticias de ella, pero que le había pedido que lo mantuviera en secreto para
evitarle sufrimientos, que la Abuela había sido un apoyo en su lucha y que no
les guardara rencor porque todo lo habían hecho por la más noble de las causas.
Además había un documento donde él la reconocía como su hija y única heredera,
y que anexaba el acta de matrimonio de sus padres. Por último había un
papelito, que parecía escrito a la carrera, donde le decía que todo ese paquete
lo había preparado un amigo, a medida que iba pasando el tiempo, con las cartas
que él le hacía llegar y que éste tenía
instrucciones de contactar a Don Eduardo si le pasaba algo. Camila quedó
pasmada, con lo que leyó después; “el contacto lo establecimos con un amigo del
hijo de Don Eduardo, Gustavo, que se llama Alfonso, el no sabrá que contiene el
paquete, su misión es entregarlo, solamente eso.” No podía creerlo. Estaba
aturdida, como fuera de la realidad.
Cuando
por fin logró calmarse, Camila, suponiendo que la Abuela estaba angustiada, se
llenó de valor y volvió al cuarto de la Abuela. Sentada en la cama estaba la
Abuela, con el rosario en las manos y Emilia a su lado con cara de susto.
Camila no dijo nada, solamente, le entregó a la Abuela las cartas y el
documento, y espero a que ella los leyera. La Abuela luego de leer todo, miró a
Camila, como pidiendo su aprobación, y
se los pasó a Emilia. Al rato las tres ya respuestas del llanto, se
quedaron mudas cuando Camila les dio el papelito que aún conservaba en sus
manos.
Que
vida la de Manuel Camilo, ni a la hora de su muerte dejó de sorprenderme, dijo
la Abuela. Si ayer nos hirió a todos al no aparecer después de su matrimonio
con tú Mamá y luego nos mantuvo en un vilo por sus actividades clandestinas, en
las que nos arrastro, por supuesto que por nuestro gusto, ahora nos deja
definitivamente, con un acto tan noble
que no me queda nada más que confirmar, lo que siempre pense; que al
mundo llegan seres especiales con misiones superiores, que el resto de los
mortales no acabamos nunca de apreciar en su justo valor. Cómo pudo ese hombre,
en las condiciones en que vivió, mantener intacta una herencia que lo hubiera
podido remediar ante tantas carencias
como las que pasó.
Además,
intervino Emilia; lo que son las cosas del destino, al poner en su camino nada
más y nada menos que a Alfonso, tú novio, mijita, tú sabes lo que es eso, a lo
mejor hasta llegó a conocerlo. Es como
cosa de novelas.
Así
es. Bueno, salgan las dos y llámenme al
Padrino él tiene que saberlo todo, dijo la Abuela, y les dio la Bendición con
un beso.
El
estado de salud de la Abuela fue
empeorando, según pasaban los días, por eso se realizó, apresuradamente, el
matrimonio de Emilia en la intimidad. Todos esperaban lo peor, porque el médico
les había dicho que estaba muy débil y desanimada, que eran cosas de la edad,
que le administraran los medicamentos y que le evitaran toda angustia o
preocupación. Pero ella se repuso como por arte de magia sólo con la visita de
Misia Tomasa, quien había regresado,
sorpresivamente, al pueblo. Estaba acabadita de puro vieja, pero había llegado
muy tiesita preguntando por la Abuela, por eso la pasaron al cuarto, donde
pidió que las dejaran solas, Camila no quería, pero Emilia que llegó a
conocerla, cuando era una niña, se llevó a Camila al corredor y allí le contó
la historia de Misia Tomasa.
Ella
había sido, años atrás, la comadrona del pueblo y entre los partos que atendió
estaba el de Consuelo, cuando nació Camila. Misia Tomasa no tenía ninguna
instrucción, pero había aprendido muy bien su oficio y además tenía
conocimientos sobre el uso de las yerbas curativas y según las malas lenguas
del pueblo sabía de brujería. Vivía en la casa de la esquina al lado de la de
Finita, era una casa humilde, pequeña, pero con un solar grande con muchas
plantas y arbustos medicinales, que ella vendía o regalaba a los más pobres.
Ahora esa casa ya no existía. En ese tiempo Misia Tomasa había sido aceptada
hasta por las familias más presumidas, dado que no había médicos
que atendieran a los enfermos y a las
parturientas. Los menos favorecidos la querían mucho y se dolieron
cuando se marcho, pero las familias de cierto poder, si bien la habían
admitido, no le tenían mucho aprecio por eso de la brujería. Pues bien, sucedió
que una noche Misia Tomasa tuvo que atender a la esposa del Jefe Civil, un
hombre de mal carácter y muy severo cuando las fechorías las cometían los
humildes, pero no así si se trataba de alguien acomodado. El y su mujer despreciaban a la pobre comadrona y
hasta se llegó a decir que la meterían
presa en cuanto encontraran un médico que aceptara radicarse en el pueblo. El
había mandado a buscar un médico en la ciudad más cercana, pero el parto se
adelanto y se vio obligado a mandar por Misia Tomasa. El parto fue difícil y
Misia Tomasa estuvo casi hasta las doce de la noche atendiéndola, el niño
estaba sano, pero cosa tan rara, ¡tenía la cara y el pecho negros como el
carbón y el resto del cuerpo blanco como la nata!. ¡Era de dos colores!,
la diferencia era tan grande que parecía
que había sido pintado. Cuando la madre lo vio, después de recuperarse de los
dolores, se puso a dar gritos de espanto y entre los berridos le pidió a la
partera que no dejara entrar a nadie y menos a su marido. Ella así lo hizo y
trato de tranquilizarla. Cuando la madre
estaba más calmada, entre hipidos, le
pidió que por favor hiciera algo pronto, para que el niño fuera todo blanco,
que ella estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera, con tal que se le quitara
esa cara y pecho negros y que le pagaría lo que le pidiera. Tomasa buscó en su
talego y preparó una mezcla de yerbas con las que frotó la cara y el pecho del
niño y luego lo envolvió completico en un fajo que había humedecido con otra
preparación de color marrón y de olor muy penetrante. Cuando termino le dijo a
la madre que no lo destapara hasta la noche siguiente, que el niño no lloraría,
ni tendría hambre, porque estaría
dormido todo ese tiempo, que al pasar las venticuatro horas su cara y su cuerpo serían del mismo color,
que no se preocupara más y descansara tranquila. Tomasa se marcho, diciéndole
que volvería la noche siguiente, pero que cumpliera sus indicaciones al píe de
la letra, sino, ella no respondía por lo que pasara. Al salir le dijo al marido
que no entrara porque su mujer y su hijo estaban dormidos, que no era bueno
molestarlos hasta el día siguiente en la
noche, porque ellos necesitaban descansar y que le había dejado un tecito al
lado de la cama para que su mujer lo tomara si sentía hambre. Que se fuera a
celebrar con sus amigos o descansar tranquilo y que no había nada de que
preocuparse. El Jefe Civil se fue al bar del pueblo y allí estuvo tomando con
sus amigos hasta la seis de la mañana. Cuando regreso a su casa no recordaba
nada de lo que le había dicho la comadrona, así que entró al cuarto y al ver al
niño todo tapado, dormido al lado de la madre, penso que se podía ahogar y que su mujer por estar dormida podía aplastarlo. Entonces, lo cargó y comenzó a
destaparlo empezando por la cara. Al verlo se quedo paralizado por el horror,
no podía creerlo y comenzó a gritar. Con los gritos su mujer se despertó y al
ver la cara de terror de su marido y ver a su hijo, quedó espantada y comenzó a
gritar ella también. El niño no tenía cara, no tenía ojos, no tenía nariz, su
cabeza era como una bola oscura y rugosa. Con la gritería el niño se despertó
llorando, lloraba pero no tenía ojos, gritaba pero no tenía boca, oía pero no
tenía orejas. El Jefe Civil retrocedió temblando y salió del cuarto y de la
casa gritando el nombre de la comadrona y maldiciendo. Así, llegó a la casita
de la pobre mujer y derrumbando la puerta entró echo una furia. La encontró
sentada en su catre, con las manos cruzadas como en oración, de seguida se le
fue encima, quería matarla, estrangularla, pero no podía agarrarla, la veía
pero no podía tocarla. Entonces, furioso cogió un machete que estaba al lado
del catre y empezó a dar machetazos a diestra y siniestra, pero no lograba
alcanzarla, entonces cansado y casi sin respiración cayo al suelo y cuando
levantó la cara la vio sentada en el catre como si nada, esto lo enfureció
aún más y se le fue encima con un pico
que había agarrado de un lado de la puerta derrumbada, cuando asesto el golpe
se oyó un ruido tan fuerte como la explosión de un cañón y en ese momento se
abrió un hueco en el piso que se tragó al Jefe Civil, luego se oyó un ruido
mucho más ronco y el hueco se cerró. Los vecinos que presenciaron la escena,
aterrorizados, desde el hueco de la puerta, cuentan que al rato vieron que
Tomasa con sus macundales a cuesta se iba del pueblo por el camino de la
montaña. A todas estas, la madre y el niño que se habían quedado dormidos de
tanto llorar, se despertaron con el ruido como de cañón y entonces ella
temblando de miedo hizo una maleta y se fue con su hijo por los lados del río.
Los que contaron esta historia dicen que la mujer cuando llego a un pueblo muy
lejano, porque estuvo caminando y llorando con su hijo en brazos por sesenta
días seguidos, vio que el niño estaba normal, porque sus lagrimas habían
limpiado su corazón y la inmundicia que cubría el rostro de su hijo. Desde esa
época no se había vuelto a tener noticias de Misia Tomasa, ni se supo más de la
mujer y de su hijo.
Camila,
estupefacta, miraba a su Tía, como sí quisiera salir corriendo y, en efecto,
eso hizo. Corrió al cuarto de la Abuela y allí las encontró a las dos
conversando, de lo más animadas, sobre la mejoría casi total del Padrino. Que
susto, Abuela, creí que..., Camila iba a continuar pero se calló. Que creías, niña, que cara de espanto es
esa, que te pasó, le preguntó la Abuela y Camila viendo un gesto dulce en la
cara de Misia Tomasa y el aspecto
saludable de la Abuela, se disculpó y salió, tal como había llegado; corriendo.
Emilia
que se había quedado ensimismada por la actitud de su sobrina, la vio regresar
al corredor, con la cara roja como un tómate y con la respiración entrecortada. Pero bueno,
niña, y ahora que pasó, le interrogó. Es
que, con tu cuento, creí que le podían hacer algo malo a la Abuela y resulta
que allá está como si tal cosa, como si no hubiera estado enferma, conversando
felizmente con la Misia ésa, le respondió Camila. Qué es eso niña, respeta que
esa es una señora mayor y además muy buena y sufrida. No te digo yo, por eso no
me gusta repetir esas historias, porque se prestan a malas interpretaciones,
dijo Emilia y en seguida le preguntó; cómo es eso de que Mamá está bien. Anda y
velo por ti misma, le dijo Camila.
Todos
en la casa estaban asombrados y alegres, ese mismo día la Abuela se levantó y
comió con gran apetito. Así, que a los tres días estaba completamente bien y
cuando le preguntaban qué le había dado Misia Tomasa, ella, con una gran
sonrisa, sólo les decía; ella rezó conmigo unas oraciones, me puso bajo la
lengua una bolita como de tierra y al rato estabamos las dos conversando y casi sin darme cuenta me sentí mejor, eso es
todo, son cosas de la vida.
CAPITULO V.
El
renacer
Después
de la boda de Emilia, con la recuperación de la Abuela y la tiendita ya
arreglada, los nuevos novios; Camila y Alfonso, se tomaron unos días para
disfrutar de lo quedaba de las vacaciones; pasearon por los lugares más bellos
de la región, asistieron a las celebraciones navideñas en la plaza y a la
representación que hacían los niños del Nacimiento de Jesús. Y cuando no tenían
nada, especial, que hacer iban al cine o se quedaban en la plaza conversando
con los amigos, o en casa con la familia.
Camila
sentía una gran paz interior. Su conversación con Alfonso sobre lo sucedido con
su padre, le permitió comprobar que él lo había conocido, por eso Alfonso tuvo
que darle los detalles. Según él, todo había sido muy sencillo. Primero que
nada, él nunca supo el verdadero nombre del “Capitán Rojano”; como lo llamaban,
y fue una casualidad que se conocieran en la Imprenta de su padre, donde el
Capitán había ido a solicitar orientación para reparar una máquinita tipográfica que tenía. Al Capitán lo presentó
un empleado de su padre, el señor José, como un amigo retirado del ejército,
que se ocupaba de pequeños trabajos de impresión en La Villa. Ese día le
pidieron a él, que era un muchacho en esa época y estaba allí de aprendiz, y a
José que ayudaran al Capitán. Así lo
hicieron y se encargaron de conseguirle el repuesto que hacía falta. Y eso
había sido todo. Pero recordaba que el Capitán era un joven muy educado, con ese ángel que cautiva a la
gente, parecía un intelectual porque cuando hablaba, con esa voz gruesa como de
locutor, todos quedaban encantados. Camila le había hecho repetir ese cuento
cuatro mil veces, como buscando que él recordara algo más sobre su padre. Ella
sentía que a través de Alfonso podía llegar conocerlo. Pero Alfonso repetía
siempre lo mismo, hasta que un día le dijo; esta bien, vamos a hablar “claro y
raspao”, pero con una condición: me prometes que te casas conmigo el próximo
mes, el 23 de enero de 1957. Camila soltó la risa y le dijo; claro que sí, pero
no seas maluco, no tienes que chantajearme. Entonces Alfonso comenzó de nuevo
la historia, pero con algunos cambios; el verdadero amigo del Capitán era su
padre, quien también colaboraba con la resistencia en trabajos de imprimir
volantes, él lo vio muchas veces en la imprenta, pero después esas visitas
cesaron por la vigilancia que le tenían montada a su familia. Eso lo supe
cuando mi padre, al saber que estaba en el
Comité Estudiantil del liceo,
intuyó que la lucha política me
atraparía y quiso advertirme de los riesgos que eso suponía, contándome de los
apremios y angustias que habían sufrido, desde el momento en que sus antiguos
compañeros de estudio lo habían contactado, atraídos porque habían compartido
ideales en el año 28 y por el trabajo al
que se dedicaba. Por eso es él quien hubiera podido hablarte del Capitán, pero
murió hace ya tres años. Ahora bien, continuo; el problema no es ese, el
problema es que estoy metido en eso hasta los tequeteques, no soy un líder, ni mucho menos, mi trabajo es sencillo
pero algo peligroso. Sólo soy uno de los que llevan y traen encomiendas, por eso
cayó en mis manos la de tu Papá y por lo
mismo vine la primera vez a Frilejero,
ahora, por qué Don Eduardo lo guardó por tanto tiempo, tendrás que
preguntárselo a él, me supongo que por medidas de seguridad, o por
instrucciones. O mejor dicho, no le preguntes nada porque todo lo que te he
contado debes guardarlo en secreto. Ni siquiera a tú Abuela se lo digas, mira
que no debemos mortificarla, con lo de tu Mamá fue suficiente. Y hablando de
otra cosa, tienes una herencia, eres una heredera. Te vas a casar con un
limpio, qué vas a hacer con ella, le preguntó.
Bueno,
mi amor, creo que cuando vaya a la capital a hablar con las Lozadas, que ahora
resulta que eran el enlace entre mi padre y la Abuela y que deben conocer a
algún buen abogado y se establezca cuanto fue en realidad lo que él recibió y
qué me dejó a mi, decidiré lo que voy a hacer.
En
la fecha prevista se casaron, y se fueron a vivir a la ciudad, en una de las
dos casas que ella recibió como herencia. Ella consiguió trabajo en un
periódico y él siguió en la Imprenta.
Por
su trabajo ella mantenía informado a Alfonso de lo que enteraba sobre las
acciones del gobierno para enfrentar la resistencia. A mediados de año, una
noche, cuando conversaban los dos, Alfonso le dijo que la situación estaba
llegando al límite, que los dirigentes clandestinos estaban dispuesto a dar el
último combate contra la dictadura y que ya se hablaba de rebelión popular, por
lo que lo mejor sería que ella se fuera al pueblo. No es bueno que corramos más
riesgos, lo que viene son allanamientos, requisas, persecuciones y en tú estado
es peligroso que te veas envuelta en escaramuzas para huir de las redadas.
Tienes tres meses de embarazo, necesitas cuidarte mucho y yo necesito estar tranquilo
con respecto a ti, para poder dedicarme por entero al correo clandestino, que
ha sido tan eficaz y que ahora será más necesario, porque a la pequeña estación
de radio que teníamos fue destruida y en esa acción cayeron tres combatientes.
Camila que lo miraba con el miedo y
la tristeza reflejados en la cara; protestó, lloró e insistió en quedarse, pero al final aceptó
cuando Alfonso le dijo que de todas formas él
tenía que ocultarse, porque si se quedaba en la casa tarde o temprano lo
apresarían; la Seguridad Nacional no come cuentos, mi amor, y eso es lo que
debo evitar a toda costa.
Días
después, ya estaba en el pueblo, se había venido con las Lozada, quienes por
los mismo motivos habían decidido pasar sus últimos días con tranquilidad, por lo que compraron la casa de
Flor, que estaba desocupada, ya que ella se había mudado, con su madre, para la Botica y su hermana, asustada por los
problemas de los vecinos con su marido,
se había ido con él para San Juan. La Abuela las recibió con alegría y cuando
las Lozada se marcharon a instalarse en su nueva casa, le preguntó a Camila por
Alfonso, diciéndole; el Padrino se ocupó de lo de mis primas y me dijo que
vendrías por unos días, pero dime que está pasando.
Camila
se desmoronó, se le guindó del cuello y se largó a llorar. Luego de un rato, se
controló y le dijo; no, Abuela, no pasa nada, es que por mi embarazo estoy muy
sensible. Tenía tantas ganas de verte. Pero la abuela la cortó en seco
diciendo; déjate de pasjuatadas, crees que me vas a engañar con esas sandeces.
Yo sé muy bien como están las cosas y que Alfonso debe estar más comprometido
que nunca. Tú crees que te está pasando
lo mismo que a tú Mamá, pero hija, está vez no será así. Ese
destino cruel y adverso, la desgracia que permitió que ellos murieran antes de
ver el triunfo de la democracia no se repetirá.
Camila,
casi a punto de comenzar a llorar de nuevo le dijo; Dios te oiga Abuela, tengo
tanto miedo que perdí el dominio y te estoy mortificando.
Una
semana después, Emilia se mudo con su marido a la parte de atrás de la
panadería. Felipe se lo había exigido porque con Camila en casa ya no había la
excusa de no querer dejar sola a la Abuela.
Y
así pasaron seis meses, en los cuales la Abuela y Camila se ocuparon de
transforma nuevamente la tiendita; a su lado ya no habría librería, sino el
cuarto para los bebes, porque ya sabían que tendría morochos. El padrino se
encargó de clausurar la puerta que unía ambas dependencias y de la pintura del
cuarto, ya que, según la enfermera del dispensario, quien ahora aprendía el
oficio de comadrona con Misia Tomasa, por que el médico sólo venía al
pueblo tres días a la semana, el olor de la pintura podía provocar un aborto o
el adelanto del parto.
A
los nueve meses, el 23 de enero de 1958, nacieron dos niñas, en un parto sin
complicaciones atendido, en el dispensario, por la enfermera y Misia Tomasa,
quien ya casi sin poder estar de pie, le dijo a la enfermera; bueno, mijita,
hasta aquí llegué, es hora de que esto lo sigas haciendo tú solita, sabes mucho
más de lo que yo sabía cuando empece y salió del cuarto, se despidió de la
Abuela y le dijo; “me voy para el monte donde pertenezco”. En la tarde llegó Alfonzo, quien les confirmó lo que
desde temprano se decía en el pueblo; ¡había caído el dictador!. Había huido a
Santo Domingo, cargado de maletas de dinero, en compañía de varios de sus ministros. Todos
gritaban de alegría y estallaron en
risas cuando Alfonso les dijo que le habían contado que un líder, cuando lo despertaron para darle la noticia,
había dicho, con su humorismo proverbial;
“ a quién se le ocurre tumbar a un dictador a estas horas de la
madrugada”.
Pasó
el tiempo y las niñas, que fueron bautizadas como Gloria y Victoria, en honor
al hecho histórico que marco el día de su nacimiento, ya tenían tres años y
volvían loca a la Abuela con sus tremenduras, quien se empeñaba en atenderlas
personalmente y una noche, más cansada que de costumbre, la Abuela se retiró
temprano, lo que aprovecharon todos para hacer lo mismo. Camila revisó a las niñas,
que dormían plácidamente y se fue a su cuarto, en la cama estaba su marido
rendido, al rato cayó en un profundo sueño, pero en la madrugada se despertó
sintiendo una sensación muy extraña, se levantó y salió al corredor, hacía
mucho calor y no hacía ni una brisita que lo mitigara, se asomó al cuarto de
las niñas y luego fue a la cocina, tomo un vaso de agua y de regreso al
corredor, cuando iba a sentarse vio una
figura, como una luz de color blanco muy brillante, que se le fue encima,
paralizada de miedo sintió como esa luz se le metía en el cuerpo y cayo sentada
en el mecedor, el cual comenzó a balancearse sin permitirle que se levantara,
cuando lo intentaba el movimiento se hacía más fuerte, así que ella se
quedó muy quieta, esperando que dejara
de moverse, de repente se sintió muy cansada y fue quedándose dormida con el
vaivén. Allí la encontró el Padrino cuando se levantó y, viéndola con asombro, se alejó intrigado, hacia la
cocina, donde Juanita, quien ahora era la cocinera, hacía los preparativos para
el desayuno. Buenos días, le dijo el
Padrino, y la Abuela no se ha levantado, le preguntó. Buenas, no, por aquí no
ha venido, le respondió ella. Que cosa tan rara y además, esa niña durmiendo en
el mecedor, comentó el Padrino. Quién, de quién me está hablando, le preguntó ella. A pues, de
quién va a ser, de Camila, le respondió y ambos se miraron como cayendo en
cuenta de algo, y rapidito fueron a
averiguar lo que pasaba.
En
el corredor Camila seguía dormida y a su lado estaba Emilia que acababa de
llegar y al verla allí, se había quedado mirándola con extrañeza. Y viendo la
zozobra en las caras del Padrino y Juanita
le tomó una mano a Camila y dulcemente la llamó por su nombre dos veces,
ésta abrió los ojos suavemente y la Tía le preguntó; qué paso, porqué estás
durmiendo aquí, hija, qué paso. Camila terminó de despertarse y muy despacio
les contó lo sucedido y luego preguntó; y mi Abuela, donde está mi Abuela.
Todos se quedaron en suspenso y, al minuto, corrieron al cuarto de la Abuela.
Allí estaba ella, tendida en su cama, con las manos cruzadas en el pecho, los
ojos cerrados y una sonrisa en los
labios. Emilia trató de despertarla pero fue inútil. La Abuela se había ido, se
había marchado a ese mundo de paz y libertad, que tanto había buscado aquí en
la tierra, pero que al final había encontrado más allá, donde el espíritu se
reconcilia con todo y por siempre.
Ese
día se hizo todo lo que era menester para su entierro, al cual asistió más
gente de lo que ellos se hubieran imaginado y una semana después cuando ya todo
volvía a la normalidad, Camila al levantarse, cuando se estaba vistiendo, notó
que tenia una marca en una pierna, igual a la
que tenía la Abuela por el mordisco de Bravo. Asustada se revisó una y
otra vez, pero sí, era igual, y en la misma pierna que la de ella. Entonces se
miro en el espejo, para ver si se le veía debajo de la falda y al colocarse de
medio lado, se dio cuenta que de tras de la oreja, del lado izquierdo tenía un
mechón de canas igual al que tenía la
Abuela desde muy joven. Casi sin darse
cuenta se quitó la ropa para ver si tenía algo más que fuera extraño en ella,
pero no había más nada, entonces regresó el espejo y se miro detalladamente la
cara, no encontró nada raro, pero,
ahora, se sentía diferente, sentía que no era la misma. Lentamente, volvió a
vestirse y cuando se sosegó salió del cuarto, pero no más llegó al corredor
sintió una energía tan grande, que se olvidó de todo y comenzó a atender todo
aquello de lo que antes se ocupaba la Abuela, Juanita que la conocía muy bien
se extrañó de su proceder, porque ella siempre había sido hacendosa, pero sin
premura. Su forma de hacer era más bien reposada, así que viéndola actuar de
esa manera, se quedo cavilando y al rato le dijo; me recuerdas a la Abuela.
Camila se sonrió y le dijo; todo cambia en este mundo, sólo que a su tiempo.
Desde ese momento, Juanita, comenzó a observarla con más atención, se fijaba en lo que hacía, en cómo
lo hacía, en lo que decía y en un momento recordó lo sucedido el día de la
muerte de la Abuela, por eso hablo con Emilia y le pidió que se quedara todo un
día con ellas y la observara, porque se sentía muy nerviosa. Emilia para
tranquilizarla, se lo prometió y esa noche habló con el Padrino, quien después
de oírla, se quedo como ido y con la mirada perdida se fue a la cocina a
preparase el mismo su técito aliñado. Al día siguiente Emilia se vino muy
temprano y, disimuladamente, se dedicó a
vigilarla para no perderse ni el más mínimo suspiro de Camila, por eso se la
llevo, con toda intención, a la cocina,
después de haber desayunado y tendido las camas, para que la ayudara a preparar un plato muy
especial para el almuerzo, ese que sólo a la Abuela le quedaba de rechupete, el
Mondongo de Cochino. Así que prepararon los ingredientes y cuando ya
tenían el mondongo lavado, frotado con
limón y hervido con bastante agua, reposado y picado en pedacitos regulares,
vuelto a hervir, por un cuarto de hora, en su mismo caldo con las zanahorias y
las vainitas bien picadas y estaban lavando y
picando las verduras; ñame, ocumo, apio y papas, llego Juanita que venia
de darle de comer a los gansos y las gallinas por lo que Emilia le pidió, que,
para adelantar ya que se estaba haciendo tarde, fuera preparando una salsa de
tomates, con cebollas, ajos una ramita de perejil y un poquito de manteca,
Juanita que había iniciado su trabajo le dijo; bueno señora Emilia a esto hay
que ponerle sal, verdad, entonces
contesto Camila; no niña, eso se deja cocinar un buen rato y luego se cuela y
se le agrega al mondongo, entonces es cuando se agrega la sal con un punto de
pimienta, se deja hervir hasta que tome una consistencia un poco espesa y luego
lo servimos caliente, pero habiéndolo dejado reposar por unos minutos. Emilia al oírla quedó sorprendida y evito la
mirada de Juanita que parecía decirle;
ve que yo tengo razón. Emilia siguió trabajando como una autómata, haciéndose
la loca y pensando; de donde sacó
esta niña todo eso de la sal y la pimienta, si ella nunca ayudó a la Abuela a
hacer el Mondongo, porque no le gustaba comerlo, y luego se preguntó, será ese el detalle que
a mí me faltaba y por lo que nunca me quedo igual al de mi Mamá. En ese
momento sintieron un alboroto en el corral
y cuando Camila salió, a ver que pasaba, Emilia vio desde la puerta de la
cocina como un ganso que pasó aleteando al lado de su sobrina le alzaba, por
unos segundos, la falda; tiempo suficiente para
le notara la marca en la pierna.
Emilia impresionada la espero en la cocina y sin decirle nada la tomó de un
brazo y, a pesar de las protestas de Camila,
se la llevó al cuarto. Allí, toda nerviosa le preguntó; que tienes en la
pierna, que marca es ésa. Camila, sin decir ni pío, le mostró la marca y el
mechón canoso en su nuca, el cual no se
le notaba por la melena que usaba. Emilia tenia la boca abierta y los ojos
saltados de la impresión. Entonces Camila le dijo; todo me lo descubrí a la
semana de muerta mi Abuela. Alfonso está feliz, porque dice que así nunca la
olvidaremos. Pero, chitón, chitón, ésto
no lo debe saber nadie, no valla a ser que Juanita salga espitada del susto y
al Padrino le regrese el sonambulismo y, tomándola de una mano, le ordenó;
vamos terminemos con el almuerzo que estamos retrasadas.
Esa
noche, Emilia, que no salía de su desconcierto, tuvo que reconocer que Camila
ya no era la misma y que en todo éso había una señal de que de allí en adelante
Camila llevaría las riendas, como antes lo había hecho la Abuela. Así, que se
convenció de que en él futuro, ambas; la Abuela y Camila vivirían mezcladas en
la persona de Camila y que Alfonso tenía razón.
Y
así fueron las cosas. Las cosas de ésta
familia, a la que el pueblo llamaba la Familia Turpial, porque siempre soñaron
dejar la jaula y ser libres como los pájaros del monte.
Zarelda
P. 17/07/98.
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